jueves, 10 de octubre de 2013

"POR QUÉ MARX TENÍA RAZÓN" (2011) Terry Eagleton



Este libro dista mucho de ser un manual de marxismo o introducción a la teoría marxista y su infumable terminología. Menos mal. Aunque de su lectura se puede sacar alguna ligera idea de lo que es el marxismo, su pretensión no es adentrarse en la teoría marxista sino contestar a sus críticos. Tal y como está estructurado, el libro podría haberse titulado "Por qué los anti-marxistas no tienen razón", ya que cada capítulo consiste en contestar a las clásicas objeciones que se le plantean al marxismo.


Según dijo Manuel Atienza, hace muchos años, en una conferencia a la que yo asistía en la Universidad de Almería, todo intelectual que se precie ha coqueteado con el marxismo en mayor o menor medida. Pero esto suena a indulgencia con adolescentes. ¿Es posible o deseable recuperar a Marx o está ya enterrado para siempre? El autor apuesta por recuperarlo, y lo hace con un estilo que huye del tecnicismo.

Así, el autor nos salva de navegar entre las soporíferas profundidades académicas del marxismo que han germinado durante décadas, y que han ayudado a hundir el pensamiento marxista y hacerlo asequible solo a una élite de doctos eruditos.  Muy al contrario, el autor trata con sencillez, pero no con simpleza, la teoría marxista, huyendo de vocablos complejos y retorcidas argumentaciones con las que nos han castigado durante tantos años los que se han dedicado a interpretar y explotar a Carl Marx... a veces con la ayuda del propio Marx, todo hay que decirlo.


Y es que, cualquiera que haya querido saber un poco más de este genio analítico, se habrá encontrado con una prolija y liosa teoría que al final queda en manos de otros pensadores que la complican todavía más, pues su objetivo es demostrar que pueden hablar el mismo idioma marxista que sus colegas, pero rara vez explicar en términos sencillos y prácticos lo que significaba ser marxista.

Conocer algo de la teoría marxista no vendría mal antes de acometer el libro, pero tampoco es necesario. El autor explica algunos de los más famosos conceptos marxistas, de la manera más fácil posible, de manera en absoluto sistemática, sino cuando viene a cuento dentro de cada capítulo. Así que más que un manual para profundizar en la teoría marxista, este libro se configura como armazón teórico para responder a quienes acusan al marxismo de: anacrónico, bueno en teoría pero monstruoso en la práctica, determinista, utópico, excesivamente económico y materialista, obsesionado por las clases, violento, dictatorial y al margen de los movimientos sociales actuales.

Seguiré el mismo orden que por capítulos establece el libro.

CAPÍTULO 1: EL MARXISMO ES ANACRÓNICO, YA NO TIENE SENTIDO EN UN MUNDO POSINDUSTRIAL

El marxismo nace como una crítica al capitalismo. Si no hay capitalismo, el marximo no tiene sentido, y por tanto, mientras haya capitalismo el marxismo seguirá teniendo sentido. Hay quien dice que el capitalismo ha mutado tantísimo que se ha hecho irreconocible desde un punto de vista marxista, pero olvidan que Marx ya previó el declive de la clase obrera así como lo que ahora denominamos globalización. El autor denuncia que cuando el marxismo empezó a perder adeptos fue en los diez años que iban de 1976 a 1986, cuando el capitalismo se vendió a sí mismo como imbatible, ayudado por la caída de la URSS y por los intelectuales que defendían el fin de la historia. Nada se podía cambiar, y el marxismo pasó a ser parte de la historia. Pero no fue porque el capitalismo cambiara para mejor, más bien al contrario, "el capital estaba más concentrado y se comportaba de forma más predatoria que nunca":


En semejantes circunstancias, afirmar que el marxismo estaba acabado era como decir que los bomberos estaban pasados de moda porque los pirómanos se habían vuelto más hábiles e inventivos que nunca. [...] La renta actual de un solo multimillonario mexicano equivale a los ingresos de sus 17 millones de compatriotas más pobres. El capitalismo ha creado más prosperidad de la que nunca antes había contemplado la historia, pero el coste (por ejemplo, en términos de la indigencia casi absoluta de miles de millones de personas) ha sido astronómico.

Si la historia es la prueba para decir que el marxismo es anacrónico, el capitalismo también debería hacer someterse a la prueba histórica. De hecho Marx creía esto ya en sus tiempos. Él no pretendía destruir todo vestigio de capitalismo, como si fuera un purista al que le diese asco la burguesía. Consideraba que el capitalismo había sido muy positivo al conseguir acumular riquezas, pero ya en la Inglaterra victoriana pensaba que se había convertido en una rémora del pasado y que dificultaba la prosperidad.

CAPÍTULO 2: EL MARXISMO ESTÁ MUY BIEN EN TEORÍA, PERO EN LA PRÁCTICA ES IRREALIZABLE PORQUE ES SINÓNIMO DE TERROR

Resulta hipócrita fijarse solo en la historia negativa del comunismo y pasar por alto la del capitalismo pues "también el capitalismo se forjó a base de sangre y lágrimas":

Muchos hombres y mujeres de Occidente son fervientes seguidores de doctrinas y sistemas manchados de sangre: los cristianos sin ir más lejos. Tampoco es extraño que personas decentes y compasivas den su apoyo a civilizaciones sanguinolentas. Así lo hacen, por ejemplo, los liberales y los conservadores, entre otros. Las naciones capitalistas modernas son el fruto de una historia de esclavitud, genocidio, violencia y explotación tan abominables como las de la China de Mao o la Unión Soviética de Stalin.
Me adelantaré al capítulo 8, porque el párrafo allí incluido es más oportuno aquí:
En su breve aunque sangrienta vida, el marxismo ha provocado un atroz cantidad de violencia. Tanto Stalin como Mao Zedong fueron asesinos en masa, y lo fueron a una escala casi inimaginable. Pero muy pocos marxistas actuales, como ya hemos visto, están dispuestos a defender tan horrendos crímenes (a diferencia de muchos no marxistas, que sí son capaces de defender la destrucción de Dresde o de Hiroshima, por poner un par de casos). [...] ¿Pero y los crímenes del capitalismo? ¿Qué podemos decir de ese atroz baño de sangre al que llamamos Primera Guerra Mundial, en el que el choque entre naciones imperiales hambrientas de territorios envió a un sinfín de soldados de clase obrera a una muerte fútil? La historia del capitalismo es, entre otras cosas, una historia de guerra global, explotación colonial, genocidio y hambrunas evitables. Si una versión distorsionada del marxismo dio origen el estado estalinista, una mutación extrema del capitalismo produjo el Estado fascista.
Pero el autor no se escuda en el "y tú más" para huir de la crítica. Confiesa que el estalinismo y el maoísmo "fueron experimentos chapuceros y sangrientos", y de hecho, Marx ni siquiera creía posible el socialismo partiendo de la miseria. Marx creía que unas condiciones mínimas de acumulación de capital eran necesarias antes de abolir ninguna clase, porque una revolución para repartir miseria estaba abocada al fracaso, y nada mejor para generar ese capital que el capitalismo. Esta idea de no destruir el capitalismo, sino construir el socialismo sobre los logros de capitalismo está presente en el libro en varios capítulos (en particular el tercero), y con razón, porque quizás sea una idea desconocida para la mayoría de los izquierdistas como yo.

Fue Stalin el que ignoró estas premisas marxistas. Lo mismo que ignoró la teoría marxista que decía que el socialismo sería internacional o no sería, y apostó por un país socialista en solitario. Deducir la invalidez del socialismo por los resultados de un país aislado, sería como deducir características de la raza humana analizando solo a una nación.

¿Cómo explica la práctica del socialismo en la URSS? Terry Eagleton es uno de esos marxistas que reniega de que lo que hubo en la URSS fuera socialismo auténtico. No duda en emplear duros calificativos contra los crímenes soviéticos. Y explica que cuando se creó la URSS no había unas condiciones ideales para que triunfase el socialismo. El socialismo necesita de ciudadanos con bagaje democrático, ilustrados y con riquezas provenientes del capitalismo, concienciados con el bien común y los valores socialistas. Esto no sucedía es la sociedad zarista. Allí se partía de pobreza y penurias extremas, y los ciudadanos en semejantes condiciones nunca estarán por la labor de someterse a construir una economía desde cero con todos los esfuerzos y compromisos que ello conlleva. En esas circunstancias,

es posible que intervenga un Estado totalitario que obligue a sus ciudadanos a realizar aquello que serían reacios a emprender de manera voluntaria. La militarización de la mano de obra en la Rusia bolchevique es un ejemplo claro de tal intervención. Por aquellas desagradables ironías del destino, la consecuencia de tal autoritarismo acaba siendo la socavación de la superestructura política del socialismo (la democracia popular, el autogobierno colectivo auténtico) en aras de la construcción y la consolidación de su base económica. [...] los bolcheviques harían desfilar a su pueblo hambriento, descorazonado y cansado de tanta guerra, hacia la modernidad a punta de pistola. [...] La imposición de tan despiadadamente antisocialista programa se produjo en un escenario de guerra civil, hambre generalizada e invasión exterior. [...] En una trágica ironía que marcaría  el resto del siglo XX, el socialismo se mostró menos viable donde más necesario era.

Del anterior párrafo no queda muy claro que la opción totalitaria sea inmoral o técnicamente inevitable en la teoría marxista, pero este capítulo trata de los crímenes, para abordar la cuestión de marxismo y democracia hay que irse al capítulo 8. Históricamente para el autor queda claro que, en esas condiciones, que no son las que contempla el marxismo, un gobierno dictatorial era inevitable, aunque "no tenía por qué haberse traducido en algo como el estalinismo ni nada que se le pareciese."

Las crueldades que se han producido en los países comunistas (o socialistas o cualquiera que sea el término), no pueden ser nunca una refutación de la teoría marxista, de la misma manera que Guantánamo o Irak no puede ser una refutación de la teoría económica capitalista.

Una mejor refutación teórica consiste en sostener que aún cuando se hubiesen dado en la URSS, o en otro sitio, las condiciones ideales para iniciar el socialismo, también habría fracasado porque el marxismo implica cerrar los mercados y en sociedades complejas los mercados son necesarios para prosperar. Aquí la respuesta es más interesante. Algunos marxistas defienden que los mercados seguirían existiendo y las cooperativas competirían entre sí. Esta fórmula es conocida como socialismo de mercado y algunos dicen que el propio Marx era partidario de esta corriente. Otra subfórmula dentro de ésta, sería una economía participativa pero adentrarse más en ello exigiría más conocimiento por mi parte, ya que el autor no lo explica muy bien para mi gusto; pero resumiendo se puede decir que las materias importantes se decidirían  democráticamente y el resto se dejaría funcionando según los mercados. Casi lo mismo sucedería con los medios de comunicación: ni el estado ni la propiedad privada tendría la titularidad ni la supervisión de contenidos, sino una mezcla de público y profesionales del sector mediático.

Estos hombres y mujeres podrían, entonces, producir obras libres tanto de regulación estatal como de las presiones distorsionantes del mercado. Así nos veríamos liberados, entre otras cosas, de aquellas situaciones en las que un puñado de matones avariciosos y ávidos de poder  dictan a través de medios de comunicación de su propiedad aquello que consideran que el público debe creer y opinar [...].
A pesar de que el terror que Mao, Stalin y otros declarados socialistas han aportado a la historia de la humanidad, coincido en que el marxismo como teoría económica no ha sido refutado. No obstante, un mínimo de prudencia y visión histórica me exige aceptar que puede ser que haya algo en la teoría marxista (su tono, algunas exageraciones, su visión cuasi-religiosa del futuro utópico, sus arengas políticas o la cultura en la que convivía con el capitalismo...) que empuja a ejercer una violencia apisonadora a sus líderes. Los marxistas no pueden aceptar que su opción final es la revolución y después extrañarse de que alguien los haya malinterpretado. A Gandhi no hubiese sido posible malinterpretarle (o sí... mira el personaje de ficción de Jesucristo). No es extraño que le pegasen palizas con su no-violencia, de la misma manera que no es extraño que un gobierno marxista se vea tentado de adelantar el momento de la violencia contra sus propios ciudadanos. Estoy de acuerdo en que no es correcto ni marxista hacerlo, pero hay que confesar que la ideología marxista (malinterpretada o no) es en buena parte responsable de ello.

CAPÍTULO 3: EL MARXISMO CONSIDERA AL HOMBRE COMO HERRAMIENTA DE UNA HISTORIA TAN DETERMINISTA QUE NO DEJA LUGAR A LA INDIVIDUALIDAD: EL SOCIALISMO ES INEVITABLE.

Seguramente el capítulo en el que se divaga más, no en vano aborda ladrillos como las fuerzas de producción (el esfuerzo humano, animal o tecnológico), modos de producción (capitalismo por ejemplo) y relaciones de producción (relación entre las clases sociales o de los individuos con los objetos que producen). Pero que no cunda el pánico, el libro se puede leer sin entender la frase anterior, os lo digo yo. Y una cosa queda bien explicada, que la lucha de clases es el motor de la historia. Siempre hay enfrentamientos en todos los tiempos. La lógica de la historia es el enfrentamiento y no la cohesión. El poderoso tiene sus intereses y el resto tiene otros, contrarios por supuesto.

El avance de las fuerzas productivas, del progreso en general, vendría dejando paso a un sistema tras otro a lo largo de la historia. Como si hubiese un único actor en la historia que lo transforma todo a su paso... ¿dónde deja eso espacio para las huelgas y las luchas del obrero? Si al final el capitalismo está obligado a caer antes de que llegue el socialismo, de la misma manera que el esclavismo cayó frente al feudalismo, y éste último frente al capitalismo,... ¿no nos invita eso a quedarnos en la cama un poco más? Parece que sí, y es que según Marx el socialismo es inevitable. Esto es una gran paradoja. El problema que tiene el autor para refutar este absurdo tan intrincado es que Marx insistió en varias ocasiones en el inexorable advenimiento del socialismo, aunque éste no sucederá sin la voluntad y tesón del hombre luchador. Cuando el capitalismo se venga abajo, el pueblo ya no tendrá excusa para tomar el poder y reformar el sistema, sería irracional no hacerlo. Usa una analogía cristiana para explicarlo:

Del mismo modo que, para el cristiano, la acción humana es libre aunque forma parte de un plan preordenado, para Marx la desintegración del capitalismo inducirá inexorablemente a los hombres y a las mujeres a erradicarlo por su propia y libre voluntad.

Hay que seguir tragando cierta dosis de misticismo para seguirle la corriente al señor Eagleton, o a Marx, tanto más da. Quizás consciente de ello insiste en que según Marx lo importante es que la lucha de clases es la fuerza inmediata de la historia, y prosigue:

La importancia de esa insistencia en la lucha de clases estriba en que el resultado de esta es impredecible y en que las alegaciones de determinismo, carecería, por tanto, de toda base. Siempre se podría argumentar que lo que está determinado es el conflicto mismo [...] Si de verdad hubiera sido un determinista de pura cepa, tal vez habría sido capaz de decirnos cómo y cuándo llegaría el socialismo. Pero él era un profeta solamente en tanto que denunciaba la injusticia, no porque se dedicara a mirar el futuro en una bola de cristal.[...]
No existe prueba alguna de que Marx sea en líneas generales un determinista, entendido como alguien que niega que las acciones humanas son libres.[...]
Es posible, pues, que Marx no sea un determinista en general, pero son muchas las formulaciones presentes en su obra que transmiten una sensación de determinismo histórico. A veces llega incluso a comparar las leyes históricas con las naturales,

Como se puede ver claramente, en este capítulo el autor sufre un poco de doble personalidad, porque zozobra constantemente y fuerza demasiado el argumento para defender la tesis marxista, para justo después discrepar subliminalmente: "Si Marx era algo determinista, todos los somos en cierta medida",  parece excusarse el autor (la frase es mía). En realidad, lo que quiere decir es que si bien no concibe el determinismo, tampoco su contrario. Y tiene razón en esto, nadie en su sano juicio piensa que el devenir de la historia es totalmente aleatorio: hay factores histórico-políticos que abren o cierran puertas, tendencias y sociedades que pueden ser objeto de análisis predecibles, movimientos políticos que condicionan lo que hace un gobierno, culturas que permiten disentir o que matan a los disidentes, etc...

Vuelve a repetir esa lucha interior a cuento precisamente de una idea que repite varias veces, y es la necesidad de que exista el capitalismo antes de que haya socialismo. El autor inglés primero nos ilustra sobre este curioso aspecto marxista, luego lo justifica... pero a renglón seguido lo cuestiona. El caso es que Marx creía necesaria la ayuda del capitalismo, la ayuda de su acumulación de capital, para no empezar una revolución desde cero, con miseria, incultura y con una base de campesinado ruso falto de industria. Y esto no significa necesariamente que Rusia tuviera primero que pasar por el capitalismo, pero el capitalismo debería existir en algún sitio, fuera o dentro del país que opta por el socialismo, para poder recurrir a él y no tener que construir desde cero toda una economía. Adelanto una cita del capítulo final por lo ilustrativa que viene a colación de este aspecto del capitalismo como necesario y previo al socialismo.


Para Marx como ya hemos visto, el socialismo requiere de una expansión de las fuerzas productivas, pero la tarea de expandirlas no corresponde al socialismo mismo, sino al capitalismo. El socialismo viene aupado sobre la base de esa riqueza material, pero no es el constructor ni el acumulador de la misma. Fue Stalin, y  no Marx, quien consideró misión del socialismo el desarrollo de las fuerzas productivas. El capitalismo es como el aprendiz de brujo, ha invocado y ha reunido unos poderes que se han descontrolado salvajemente y que ahora amenazan con destruirnos. La labor del socialismo no consiste tanto en espolear esos poderes como en someterlos a un control humano racional.

Esto nos lleva a una importante cuestión moral, casi cristiana, porque aceptar las iniquidades del capitalismo para llegar al socialismo nos recuerda en exceso ese valle de lágrimas cuya superación nos conduce al paraíso.

La moralidad de lo anterior se antoja, ciertamente, dudosa. ¿En qué se diferencia esa actitud de la de Stalin o la de Mao y sus pogromos criminales, ejecutados en nombre del futuro socialista? ¿Hasta dónde puede el fin justificar los medios? [...] Si el capitalismo es imprescindible para el socialismo y, al mismo tiempo, es injusto, ¿no está sugiriendo Marx entonces que la injusticia es aceptable desde el punto de vista moral? Para que exista justicia en el futuro, ¿debe haber habido injusticia en el pasado? [...]

En el párrafo siguiente el autor nos da una respuesta que excusa al socialismo de usar el capitalismo, es decir absuelve al socialismo de la intencionalidad, aunque por supuesto no resuelve el balance entre bien y mal conseguidos:

Hay una diferencia entre, por un lado, hacer el mal con la esperanza de obtener un bien y, por otro, tratar de dar un buen uso al mal de otros. Los socialistas no perpetraron el capitalismo y son inocentes de los crímenes de este. Pero dado que ya existe, parece racional intentar sacarle el máximo partido.

Y se le puede sacar partido porque el capitalismo tiene aspectos positivos en sí mismo, y no solo en perspectiva hacia el futuro socialista: la libertad de expresión, el sistema sanitario y todos los inventos que han sido posibles gracias a la investigación financiada con capital. Pero si bien son grandes los logros del capitalismo, todavía queda la interesante cuestión de si sus bondades superan a sus pecados, o si una vez llegado el socialismo su prosperidad pervivirá lo suficiente como "para justificar en retrospectiva los sufrimientos causados por la historia de clases". Como digo, es una interesante cuestión, pero el autor la deja abierta.

CAPÍTULO 4: EL MARXISMO SUEÑA CON UNA SOCIEDAD FINAL UTÓPICA SIN CONFLICTOS Y MONOLÍTICA, COMO SI TODOS FUÉSEMOS ÁNGELES IDÉNTICOS

No es el marxismo el que predica una historia de color de rosa, sino la Ilustración. Según la Ilustración la sociedad cada vez va a más gracias al progreso técnico que avanza casi de forma orgánica de una fase a otra mejor. La razón derrotaría al despotismo, la ciencia a la superstición, y la paz a la guerra, haciendo que la libertad comercial nos llevara hacia una prosperidad "in crescendo". Ninguna revolución socialista estaba en estos planes ilustrados.

El relato marxista, por el contrario, está marcado por la violencia, la ruptura, el conflicto y la discontinuidad. Hay progreso, sí, pero, como el propio Marx comentó en sus escritos sobre la India, este se parece más bien a un dios atroz que bebe su néctar directamente de las calaveras de los asesinados.

Este proceso no parece muy optimista que digamos. Pero Marx tampoco es pesimista según el autor, sino más bien trágico, es decir, no contempla un mal destino pero sí un camino tortuoso. El pesimista se hunde proyectando la derrota, el trágico mira cara a cara los obstáculos para superarlos. Según Theodor Adorno los pensadores pesimistas "prestan un mayor servicio a la causa de la emancipación humana que los ingenuamente optimistas". Y hay quien podría decir que aún para ser trágico, hay que tener una gran vocación de futurólogo, al menos para ver la senda hacia la utopía como un camino de tragedia. Pero el autor defiende que Marx se inserta en la tradición de los profetas bíblicos, comúnmente malinterpretados como clarividentes, pero a lo que se dedicaban era a denunciar la corrupción y la ambición de poder de sus tiempos. Y eso es precisamente lo que hizo Marx:  él "nos advierte que, a menos que cambiemos nuestro modo de comportarnos, quizás no tengamos futuro alguno por delante. Marx era un profeta, no un vidente."

Hasta aquí el camino tortuoso de la historia, pero ¿qué hay de esa sociedad final? Independientemente de los costes humanos, ¿acaso no es ese final una ensoñación imposible? Siempre nos han contado que en la sociedad utópica que finalmente lograría el comunismo todo el mundo respetaría a todo el mundo, no existirían clases ni por tanto lucha entre las mismas, no se sería necesaria ni la policía ni el ejército, la camaradería y la solidaridad gobernarían por sí solas... sería una sociedad que no podría existir a menos que atribuyamos al hombre una naturaleza humana hiperbondadosa
Esto es un absurdo y "lo cierto es que apenas hay una sola palabra en los escritos de Marx que sustenten esa extravagante interpretación de sus tesis." Los accidentes de tráfico seguirían sucediendo por muy comunistas convencidos que fueran todos, y siempre habrá un componente malvado y envidioso en la población, por muy comprometida que esté con la causa socialista. Precisamente porque conocía la naturaleza malvada del hombre, Marx creía que el socialismo era necesario. Lo que sucede es que hay pocas citas de Marx refiriéndose a la naturaleza humana, ya que según la corriente mayoritaria, a Marx no le preocupaba ese concepto. Lo supeditaba a la historia. Pero según el autor, Marx creía en una antropología filosófica, es decir, reconocía que el hombre tenía unos límites naturales, pero estos no eran capaces de anular la capacidad humana de transformar la historia.
La virtud es del socialismo, no de los socialistas. El socialismo, al igual que la democracia, no parte de la utopía o bondad infinita de sus miembros, al contrario, son un conjunto de salvaguardas frente a los desvíos que producen las conductas humanas. Las leyes ponen un freno a los excesos de la gente, y si están bien concebidas, se pueden considerar como virtuosas. Las cooperativas autogestionadas del socialismo no necesitan de arrebatos altruistas de sus trabajadores para que funcionen bien, "la cooperación, el reparto de beneficios, el igualitarismo y la gestión en común forman parte de la naturaleza misma de esa unidad de producción", es decir, "es una cuestión de estructura, no de virtud personal."

El comunismo no anunciaría el fin del conflicto humano. [...] Seguirían existiendo la envidia, la agresividad, la dominación, el carácter posesivo y la competitividad. Lo que sucede es que ya no podrían asumir las formas que asumen bajo el capitalismo, y no porque la virtud humana sería superior en ese caso, sino porque habrían cambiado las instituciones.
Esos vicios, pues, ya no irían ligados como van hoy a la explotación de la mano de obra infantil, la violencia colonial, las desigualdades sociales atroces y la competencia económica feroz.
Con esas limitaciones vendrían unas condiciones materiales mejores. Con más ocio y menos estrés la gente tendría más tiempo para reflexionar, para implicarse en la gestión política. Y serán más virtuosos de lo que cabe esperar de una población que pasa escasez. Aquí el autor parece tirar piedras sobre su propio tejado, porque concede que "si los hombres y mujeres viviesen en condiciones de abundancia material, liberados de esas agobiantes presiones, tenderían a mostrarse como mejores seres morales que en la actualidad, o al menos, eso es lo que cabría esperar", y no se da cuenta de que está afirmando que un Tom Cruise tiene más posibilidades de ser honrado que un simple auxiliar de enfermería con tres hijos y una hipoteca.

Como quiera que sea, algunos se burlan de ese cambio moral, pero deberían "pensar en la diferencia entre la quema de brujas y las manifestaciones a favor de la igualdad salarial para las mujeres". Estos cambios a veces no nos hacen mejores a nosotros, sino a las instituciones que hacemos progresar. Pero en otras ocasiones estos progresos calan en la gente y sus virtudes pasan a formar parte de conductas voluntarias. No es nada utópico, sino realista, esperar que cada vez seamos mejores como civilización, y como personas.  Esto es algo tan asumido que ni nos damos cuenta, pero pensemos por ejemplo, en la costumbre de no orinar en las calles, o la de no romper los huesos a un criminal en una rueda de madera. El derecho, por ejemplo, nos educa y genera nuevas formas de conducta que se asumen con el paso de las generaciones. La historia está llena de ejemplos de progreso en las concepciones morales de la gente, el iluso no es el marxista que cuenta con la posibilidad futura de que la gente sea más virtuosa, sino el que piensa que eso no eso es imposible y es incapaz de ver los logros del feminismo o de los derechos civiles en EEUU.

También suelen decir que los marxistas son partidarios de una igualdad totalizadora entre todas las personas, haciéndonos números en vez de personas. Por supuesto esto es una manipulación interesada. Marx era "enemigo declarado de la uniformidad" y la consideraba un "valor burgués", o en sus propias palabras expresadas en "Manuscritos económicos y filosóficos", "una negación abstracta de todo el mundo de la educación y de la civilización".  Incluso habló en contra de una igualdad de renta en su obra "Crítica del programa de Gotha", puesto que si hay trabajos más duros que otros deberán remunerarse de manera diferente. El tipo de igualdad que Marx perseguía era la igualdad según la necesidad, y ello "no implica tratar del mismo modo a todo el mundo, sino ocuparse por igual de las necesidades diferentes de todos y todas". Así que no se puede defender seriamente que Marx optase por una sociedad en la que todos vistiéramos lo mismo desprovistos de toda individualidad, como se suele ver al pensamiento marxista. Al hacer de todo una mercancía con un valor de mercado, "era el capitalismo el que estandarizaba a las personas, no el socialismo". Y como prueba de ello, una de las pocas citas que vienen a demostrar de manera clara y firme, las interpretaciones de Terry Eagleton:

Ese es uno de los motivos por los que Marx recelaba bastante de la noción de los derechos. "El derecho -comenta- por su propia naturaleza no puede consistir más que en la aplicación de un mismo e igual estándar; pero unos individuos desiguales (y no serían individuos diferentes si no fueran desiguales) son mensurables conforme a un mismo e igual estándar solo si se los mira desde un mismo e igual punto de vista, si se los toma desde una única vertiente definida: por ejemplo en el caso presente, si se los considera exclusivamente como trabajadores sin ver nada más en ellos, ignorando todo lo demás".

CAPÍTULO 5: EL MARXISMO LO REDUCE TODO A LA ECONOMÍA

La acusación es la siguiente: "el arte, la religión, la política, el derecho, la guerra, la moral o el cambio histórico son burdamente entendidos como meros reflejos de la economía de la lucha de clases." 

El marxismo va más allá de la perogrullada, no creo que haya nadie que lo niegue, de que los humanos necesitamos vestimenta comida y demás necesidades básicas que se deben adquirir o producir invirtiendo tiempo en trabajar. Ya sea con trueque o con monedas, la economía de la tribu y la forma en la que deben conseguir sus bienes es lo que posibilita toda civilización, y la subsiguiente posibilidad del arte y del ocio, por ejemplo. Pero como digo, el marxismo va más allá en el sentido de que afirma que la forma de producir, no solo nos da un producto, sino que determina lo que se produce". No es lo mismo decir que un bolígrafo o un ordenador son indispensables para escribir una novela que afirmar que, de un modo u otro, determinan el contenido de dicha novela."

Esto, aun no siendo tan obvio, es compartido de una manera u otra por muchos pensadores no marxistas y pre-marxistas. Rousseau y Adam Smith creían en el papel fundamental de la economía en la historia.  Acaso no es razonable admitir, por ejemplo, que si en un pueblo donde se vive de la agricultura intensiva, y abusando de productos químicos, su población verá con recelo cualquier informe o control externo y se tomará como una afrenta a su modo de vida cualquier presentación de productos ecológicos en la zona. Ese pueblo, o país, generará una cultura hostil ante una forma de alimentación más sana. Y como éste, tantos ejemplos que se nos pueden venir a la mente cuando pensamos en las influencias del poder y del entorno.
La mayoría de novelistas, académicos, anunciantes, periódicos, docentes y canales de televisión no producen un trabajo que resulte radicalmente subversivo del statu quo imperante. Esto salta tanto a la vista que, por lo general, ni siquiera lo consideramos significativo. Lo que Marx pretende decirnos es, simplemente, que eso no es así por mero accidente.
Quienes aún consintiendo lo anterior, acusan a Marx de centrarse en la economía, evitan hacer la también razonable ponderación de que siempre hay factores que son más importantes que otros, y centrarse en el principal factor no nos convierte en monocausales, solamente ponemos el acento en lo más importante de un suceso, sin ignorar que hay otros factores que empujan en la misma dirección pero no con tanta fuerza como el factor decisivo. La economía no es lo único, pero sí plausiblemente el factor más importante que condiciona la historia, junto con las superestructuras del estado como la política, el derecho, la religión y la cultura, las cuales a su vez justifican el orden establecido. Esta es la famosa teoría marxista de la superestructura: la superestructura del estado justifica el orden imperante, quizás no es su totalidad, pero sí mayoritariamente. "El Estado envía a sus fuerzas especiales a aporrear a los manifestantes pacifistas, pero la policía también se dedica a buscar niños desaparecidos."

Pero pienso que a veces también sucede a la inversa. A veces no solo la forma de ganarse la vida condiciona la cultura, a veces la cultura puede ser tan fuerte que condicione la forma de vida. Me pregunto qué sucedería, si de repente, en uno de esos países musulmanes que no tienen petróleo, empezaran a emanar fuentes de vino de primera calidad de la tierra... ¿resistiría la aversión religiosa a esta fuente de riqueza aunque solo fuera para exportarla?

Si hay algo que ha caracterizado a la historia ha sido la violencia, el trabajo duro, el esclavismo, la explotación... y sobre esas bases ha sobrevivido un tipo de economía: la capitalista. No han sido actos esporádicos ni casualidades, ese tipo vida determina la historia y la economía, entendiendo determinar cómo poner límites y no tanto como definir excluyendo matices. Pero esos flecos o matices que quedan al margen de la influencia económica, no pueden llegar a convertirse en un obstáculo para el sistema económico; mientras no lo contradigan  podrán seguir escapándose de la influencia económica. Así pues, centrarse en la economía tampoco significa admitir que cualquier mínimo detalle de nuestras vidas tiene sus propias causas, pero que al final, aunque sea de manera muy soterrada, la economía ha ejercido su influencia. Hay cosas que se desarrollan por sí mismas, sin que sean un reflejo directo o indirecto de la economía. La economía capitalista,... "¿En qué sentido determina los vuelos con ala delta o el blues de doce compases?"

A Marx le interesaban otras muchas cosas además de la economía. De hecho, su denunciada obsesión con la economía solo era reflejo de una pasión aún mayor por el tiempo libre, por las letras, por el teatro, el arte... Consideraba que el arte era la única forma de producción libre y verdadera, cuando se trabaja por amor al arte. No veía virtud en el hecho de trabajar por trabajar, tan solo era una herramienta para acceder a un mejor tipo de vida.


John Milton, escribe Marx, "produjo El paraíso perdido por la misma razón que un gusano produce seda. Era una actividad de su naturaleza". El arte es una imagen del trabajo no alienado. El propio Marx gustaba de pensar que sus propios escritos lo eran, pues en una ocasión los calificó de "un todo artístico"; además (y a diferencia de la mayoría de sus discípulos), él prestó siempre una meticulosa atención al estilo de su prosa.. No se puede decir que su interés por el arte fuera puramente teórico. Él mismo llegó a escribir poesía lírica, una novela cómica inacabada, un fragmento de obra teatral en verso y un voluminoso tratado manuscrito no publicado sobre arte y religión. También tenía pensado poner en marcha una revista de crítica teatral y un tratado de estética. Sus conocimientos de literatura mundial eran de una amplitud sorprendente.

Cuando se pasa miseria solo el trabajo duro parece alumbrar un poco el futuro. El capitalismo es en teoría un sistema perfecto porque genera a gran escala un excedente que permitiría al trabajador atender a su tiempo libre, a la política y a la democracia, a la naturaleza, al arte... el problema es que el capitalismo nunca se da por satisfecho.
Lo irónico es que crea esa riqueza conforme a un esquema que exige una acumulación y una expansión constantes, y, por consiguiente, un trabajo sin descanso. [...] El tema central de la obra de Marx es el disfrute humano. La buena vida, para él, no es una vida dominada por el trabajo, sino por el tiempo libre.

CAPÍTULO 6: MARX ERA UN MATERIALISTA, DESPRECIABA LA MORAL Y LA RELIGIÓN COMO UN REFLEJO DEL MUNDO MATERIAL

Efectivamente, Marx era materialista. Pero, ¿qué clase de materialista? Porque sus críticos no rechazan todo tipo de materialismo. El materialismo de la Ilustración concedía a los hombres un papel pasivo, pues eran tablas rasas sobre las que se escribían las experiencias del mundo exterior.
Las personas formaban, entonces, sus ideas a partir de tales impresiones. La conclusión era que, si fuera posible manipular tales impresiones para que produjeran las ideas "correctas", los seres humanos serían capaces de seguir una progresión constante hacia un estado de perfección social. No era una conclusión inocente desde el punto de vista político. Las ideas en cuestión eran las de una élite de pensadores de clase media que, al mismo tiempo que justicia, la libertad y los derechos humanos, defendían también el individualismo, la propiedad privada y el libre mercado.

El materialismo de Marx es mucho más democrático porque considera a las personas más activamente, es decir, considera que somos fundamentalmente agentes de la historia con capacidad para transformarla, y de esa manera nos transformamos. "Solo a través de la actividad práctica colectiva de la mayoría de las personas pueden cambiar de verdad la ideas que gobiernan nuestra vida." El "conocimiento tácito" nos indica que no se puede transmitir con palabras como se silba una canción; es necesario silbarla. No puedes contarle a alguien como es la realidad, tienes que vivirla. Es decir, no podemos dejar  que el mundo de las ideas sea gobernado por unos pensadores de salón, librados de toda obligación de trabajar para que se especialicen en materias que luego se aplicarán al trabajador. El intelectual está alejado de la realidad, produce unas "ideologías" alejadas de lo real, de lo material. Se les concede que están por encima de la realidad, que son inmunes a la misma, y de esa manera se acepta que estas ideas son intocables. Y la historia deja de ser un producto humano para convertirse en un destino inevitable. En cambio, los trabajadores cuando piensan y actúan colectivamente lo hacen sobre la base material sobre la que viven, transformándola colectivamente a partir de ella misma, no a partir de un mundo abstracto de ideas. La conciencia es como la razón en un niño, "antes incluso de que podamos empezar a reflexionar, nos hayamos ya situados en un contexto material, y nuestro pensamiento [...] está condicionado hasta la médula por ese hecho." Si nos dejamos llevar por los pensamientos e ideas de otros que viven una realidad y necesidades materiales diferentes a las de la mayoría, entonces tendremos un sistema a medida para ellos, no para la mayoría.
Para Marx, nuestro pensamiento adquiere forma en el proceso mismo por el que vamos trabajando el mundo, el cual, a su vez, es una necesidad material determinada por nuestras necesidades físicas. Podría afirmarse, pues, que pensar es en sí mismo una necesidad material.[...]
Ahora bien, al mismo tiempo, esta realidad debería ser reconocida como la obra de nuestras propias manos. No verla así, -es decir, considerarla como algo natural o inexplicable, independiente de nuestra propia actividad- es lo que Marx denomina alienación. Por tal concepto entiende aquella situación en la que olvidamos que la historia es producto nuestro y acabamos siendo dominados por ella como si se tratara de una fuerza ajena.

¿Entonces no hay cabida para lo espiritual? ¿Debemos conformarnos con la realidad material y relegar cualquier sublimación espiritual como contraproducente? No es el caso. Para Marx lo espiritual no es de otro mundo, sino todo lo que nos llena en este: "amistad, diversión, compasión, risa, amor sexual, rebelión, creatividad, deleite sensual, ira justificada y abundancia de vida." Con estas premisas tan alejadas de la abstracción, no es nada raro que una de sus frases más archiconocidas sea: "Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo; se trata ahora de cambiarlo." De esa manera el autor defiende que es perfectamente compatible ser ateo, como era Marx, y seguir siendo espiritual.

Ser materialista, en el sentido marxista del término, no implica preocuparse demasiado por si el universo está hecho de átomos o de si dios existe o no, sino por cómo nos relacionamos con la materia de la que dependemos, "se trata más bien de una teoría sobre cómo funcionan los animales históricos."



No es mucho más lo que el autor dice sobre la religión y el marxismo. Me extraña que Terry Eagleton no haya comentado la famosa frase de Marx que dice "la religión es el opio del pueblo". Hitchens, ateo y anti-teísta, como se definía él, dijo algo más al respecto, brevemente comentado en alguna de mis lecturas porcinas anteriores (por cierto, Hitchens era amigo, o ex-amigo de Eagleton, y éste escribió criticando el "nuevo ateísmo" de Hitchens y compañía en su libro "Razón, fe y Revolución"). Resulta paradójico que un ateo como Hitchens le quitase hierro a la famosa frase atea de Marx, mientras que Eagleton, marxista y creyente, haya pasado por alto la descontextualización de la frase. Para explicar dicha descontextualización prefiero citar a Michael Löwy, marxista, y todo hay que decirlo, cristiano de la teología de la liberación. Esto es lo que dice en "Marxismo y religión: ¿opio del pueblo?", publicado en el libro "La teoría marxista hoy: problemas y perspectivas":
La expresión apareció poco después en el artículo de Marx Acerca de la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1844). Una lectura atenta del párrafo marxista donde aparece esta frase revela que la cuestión es más compleja de lo que usualmente se cree. Aunque obviamente crítico de la religión, Marx toma en cuenta el carácter dual del fenómeno y expresa: “La angustia religiosa es al mismo tiempo la expresión del dolor real y la protesta contra él. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, tal como lo es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo” (Marx, 1969a: 304)

¿Y la moral? Me parece que el autor hace una pirueta semántica, como la que anteriormente hizo al separar los conceptos de profeta bíblico y vidente, para justificar que Marx tenía en cuenta la moral. A mi modo de ver no era necesario, porque basta ver las preocupaciones que subyacen tras el marxismo para darse cuenta de que no es una filosofía de aplastar al débil y ensalzar al poderoso, como puede ser el fascismo, sino de liberación. La moral subyace incluso por encima de la superficie. Si a eso le añadimos que Marx tenía previsto escribir un libro de ética cuando terminase el capital, lo que sigue me parece innecesario:
Cierto es que Marx denuncia muy a menudo la moral. Pero lo que pretendía con ello era denunciar esas formas de de investigación histórica que ignoran los factores materiales centrándose exclusivamente en los morales. El término apropiado para lo que él denunciaba no es moral o moralidad, sino moralismo. El moralismo abstrae los llamados "valores morales" del conjunto del contexto histórico en el que se inscriben y, a partir de ahí, procede por lo general a impartir juicios morales absolutos. [...] Rehúye, por lo tanto, la falsa distinción que a veces se establece entre el juicio moral, por un lado, y el análisis científico por el otro. Un juicio moral de verdad necesita examinar todos los hechos relevantes con el máximo rigor posible. En ese sentido, Marx fue un verdadero moralista en la más pura tradición de Aristóteles, aunque no siempre fue consciente de que lo era.

CAPÍTULO 7: LA LUCHA DE CLASES YA NO EXISTE, NI EL OBRERO REVOLUCIONARIO NI EL CAPITALISTA DE SOMBRERO DE COPA FORMAN PARTE DE LA REALIDAD: NO HAY BUENOS CONTRA MALOS


Es cierto que ya no existe el capitalista de sombrero de copa envuelto en la humareda de su puro, pero el marxismo nunca definió la clase capitalista por su indumentaria. Ahora pueden llevar zapatillas deportivas y ser muy enrollados, pero aplican el mismo sistema de producción, y en algunos casos de brutal explotación, que se aplicaba antes. Lo determinante es el lugar que ocupamos dentro de un modo de producción. No son los apellidos, el acento, el color de piel o las marcas lo que hacen que una persona se sitúe en un lugar dentro del modo de producción. Ni siquiera los ingresos (aunque yo creo que esto sería más discutible). Dice Eagleton que el hecho de que Mick Jagger se codee con la aristocracia no nos ha acercado a una sociedad sin clases. La clase cambia de miembros constantemente, pero eso no significa que desaparezca.

No existe ninguna reducción simplista entre buenos y malos. El marxismo no odia al capitalista ni lo considera malo per se. Como hemos visto anteriormente, reconoce y elogia los logros que el capitalismo ha conseguido, pero no está dispuesto a dejar que en su frenesí de crecimiento ahogue a los demás consigo. Sobre esos logros se construirá el socialismo. Y elegir a la clase obrera no es porque los trabajadores sean más virtuosos que los capitalistas, ni siquiera porque estén peor que otras clases (vagabundos, refugiados, ancianos, estudiantes o desempleados suelen estar peor), sino porque es la mayoría. La clase obrera es la que hace funcionar al sistema. Y efectivamente no hay que ser un obrero con mono de trabajo para ser considerado clase obrera. Técnicos, administrativos, agrícolas...en general todo el que vende su fuerza de trabajo y no tiene control sobre las condiciones del mismo. También en sentido contrario, no todo el que tiene un sueldo pertenece a la clase obrera ("pensemos, si no, en Britney Spears").

Por otro lado se dice que la población trabajadora se ha acercado tanto a las ciudades y ha progresado tanto que la mayoría de los trabajadores hoy en día, ya son clase media, y no trabajadora. Pero esto es algo que el propio Marx ya advirtió cuando escribió sobre "el constante crecimiento numérico de la clase media". Se quejaba de que la economía hubiese olvidado a esos hombres y mujeres, que en palabras de Marx, estaban "situados a medio camino entre los obreros, por un lado, y los capitalistas, por el otro" [...] "Incluso cuando Gran Bretaña era la fábrica del mundo, los obreros fabriles eran superados en número por las personas empleadas en el servicio doméstico y por los braceros y peones agrícolas". Además, la clase media de hoy en día, entraría perfectamente dentro del concepto de clase obrera que Marx manejaba, ya que,
Muchos de quienes serían tradicionalmente etiquetados como clase media baja (maestros, trabajadores sociales, técnicos, periodistas, personal administrativo y de oficina de nivel medio) han sido objeto de un incesante proceso de proletarización resultante de las presiones derivadas de unas disciplinas de gestión cada vez más estrictas. Y eso significa que ha aumentado la probabilidad de que se sientan atraídos hacia la causa de la clase obrera propiamente dicha en caso de crisis política. [...] La palabra "proletariado" no ha llegado del vocablo latino proles ("descendencia"), con el que se designaba a aquellas personas que eran demasiado pobres para servir al Estado con otra cosa que no fuera la fecundidad de su vientre."
También habría que incluir dentro del término actual a la creciente población que vive en infraviviendas en algunos barrios marginales. "Si los habitantes de esas villas de miseria  no suponen ya una mayoría de la población urbana mundial, no tardarán en hacerlo." Estas son personas que no pertenecen técnicamente a la clase trabajadora, sino que entran y salen constantemente en el proceso productivo, realizando venta ambulante, timos, prostitución, etc... El propio Marx conocía a esos parados "flotantes" o trabajadores ocasionales de su época, y "para él contaba como un miembro más de la clase obrera."

Y tuviera la composición que tuviera la actual clase obrera, merece la pena resaltar que ya en su tiempo Marx contaba con otras clases (prueba de que no vivía en un espejismo bipolar), ya que según Eagleton "ningún socialista que se precie ha creído nunca que la clase obrera sea capaz de derribar el capitalismo por sí sola", y Marx era partidario de alianzas "con el campesinado pequeño burgués, sobre todo en países como Francia, Rusia y Alemania, donde los trabajadores industriales eran todavía minoría."

CAPÍTULO 8. LOS MARXISTAS ABOGAN POR LA ACCIÓN POLÍTICA VIOLENTA.

La idea de revolución evoca imágenes de violencia, frente a la idea de reforma que nos sugiere cambio lento y pacífico. Pero hay muchas reformas como la de los derechos civiles en EEUU que conllevaron muertes, linchamientos y represión. Y en cambio algunas revoluciones han sido relativamente pacíficas, como la caída del imperio soviético, en el que no hubo apenas víctimas. Algo parecido sucedió en la revolución bolchevique:
En la revolución bolchevique de 1917 se derramó sorprendentemente poca sangre. De hecho, la conquista efectiva de los puntos clave en Moscú se completó sin que se disparase un solo tiro. [...] Bien es verdad que, al poco de la revolución bolchevique, estalló una sangrienta guerra civil. Pero esta fue consecuencia del salvaje ataque [...] de invasores extranjeros. Tropas británicas y francesas se implicaron a fondo en el respaldo a las fuerzas contrarrevolucionarias blancas.

Pero bueno, es cierto que otras muchas revoluciones sí han sido violentas. Lo curioso es que mucha gente que se opone a la violencia de la revolución marxista, aprueba las violencias de otras revoluciones, así que no parece ser la violencia en sí el elemento que produce el rechazo, sino su carácter socialista.


La mayoría de los Estados políticos se crearon por medio de revoluciones, invasiones, ocupaciones, usurpaciones o (en el caso de sociedades como Estados Unidos) exterminios. Los Estados que han conseguido consolidarse como tales son aquellos que han logrado también borrar su sangrienta historia de la mente de sus ciudadanos y ciudadanas.

En el capítulo 2 el autor ya nos dice sobre Marx que:
Él creía que los representantes políticos debían responder ante sus electores y censuró duramente a los socialdemócratas alemanes de su tiempo por su política estatista. Hacía especial hincapié en la libertad de expresión y en las libertades civiles, le horrorizaba la creación a la fuerza de un proletariado urbano (aunque él se refiriera al caso de Inglaterra, no al de Rusia) y sostenía que la colectivización de la propiedad en el campo debía ser un proceso voluntario y no coactivo.
Hay que recordar que según Marx la revolución la lleva a cabo, aunque no en solitario, la clase obrera que es la mayoría de la población; "son las acciones de una mayoría", y no de unos pocos rebeldes que se aventuran a ver si alcanzan el poder. Los que hicieron la revolución bolchevique no fueron unos militares que decidieron tomar el poder de manera unilateral, sino "individuos elegidos públicamente en instituciones populares y representativas llamadas sóviets". La tan cacareada "dictadura del proletariado" es el gobierno de la mayoría, una democracia popular. "El propio Marx creía, al parecer, que en países como Inglaterra, Holanda y Estados Unidos, los socialistas podrían alcanzar sus objetivos por medios pacíficos."

De manera pacífica sí, pero no gracias al pacifismo. El meollo del pacifismo lo despacha rápida y alegremente, quizás porque no haya espacio en un libro de este tipo. Nos dice que nadie es pacifista realmente, porque pocas personas se oponen al uso de la fuerza (aunque sea mínima) para detener a un asesino. La fuerza es un elemento al que se puede y se debe llegar solo bajo determinadas circunstancias muy específicas. Una vez consentido esto, el pacifista pasa a ser un debatiente que difiere de esas circunstancias, pero no alguien que pueda argumentar realmente contra la violencia.

Entonces, ¿el camino de las reformas es anti-marxista? No, lo que pasa es que es insuficiente. Al igual que la democracia parlamentaria es insuficiente. Hay que aspirar a una democracia directa, local, popular y transversal a las instituciones de la sociedad. El ideal de Marx fue la Cómuna de París de 1871. Está bien acercarse al ideal socialista con reformas pacíficas y paulatinas, solo algún purista sin visión global podría negarse a participar en las reformas que se pueden plantear y, por ejemplo negarse a luchar contra el cierre de los hospitales porque solo piensa en la toma política del poder. Lo que pasa es que siempre llega un momento en el que la clase dirigente se niega a seguir cediendo más privilegios.
[...] la mayoría de las reformas que hoy tenemos por elementos valiosos de la sociedad liberal (el sufragio universal, la educación universal gratuita, la libertad de prensa, los sindicatos, etc.) se conquistaron gracias a la lucha popular contra la feroz resistencia de la clase dominante.

El autor muestra comprensión con los ciudadanos que muestran apatía política, es decir, el pueblo en general. El trabajador no tiene ganas de que le calienten la cabeza con teorías de clase y dominación. Él quiere descansar cuando llega de trabajar. Pero cuando esa dominación se traduce en que le despiden o le cierran el hospital, entonces sí se moviliza. Esta apatía desespera a los marxistas pero se puede entender perfectamente. Solo cuando el limón no se pueda exprimir más se podrá esperar que el pueblo salte.
Mientras un sistema social  siga produciendo un mínimo de gratificación para sus ciudadanos, no es irrazonable que estos se queden con lo que ya tienen en vez de dar un arriesgado salto hacia un futuro imposible de conocer. El suyo no es conservadurismo merecedor de desdén alguno.
A mi modo de ver, el autor da demasiadas vueltas para evitar vincular la revolución a la violencia. Reconoce que a menudo ha sido así, pero solo después de que fracasase la vía pacífica. Pero yo creo que elude el decir abiertamente que, llegado el momento, el marxismo exige usar la violencia. Por cierto, tal y como sugiere, es verdad que el marxismo no está solo en el uso de la violencia; incluso las democracias y el derecho internacional permiten el uso de la fuerza.



CAPÍTULO 9: EL MARXISMO CREE EN UN ESTADO TODOPODEROSO

Según Eagleton hay una contradicción en esta crítica. Si antes hemos acusado a Marx de ser un utópico que cree en una sociedad sin estado, no podemos al mismo tiempo decir que apuesta por un estado hipercontrolador. A mí me parece que la contradicción en realidad solo es aparente. Es perfectamente posible que Marx quiera un férreo estado  para poder llegar a la sociedad que finalmente pudiese suprimirlo.

Pero el autor insiste en que Marx era anti-estado, pero creía necesario un mínimo de organización administrativa central. Toda actividad de una sociedad compleja y numerosa lo requiere. Lo que Marx quería eliminar es la violencia y parcialidad del estado. La violencia del estado no es neutral, y "lo iluso es creer en la imparcialidad del Estado".
El Estado liberal es neutral entre el capitalismo y los críticos de este hasta que los segundos parecen tomar ventaja. Entonces entra en escena con sus mangueras de agua a presión y sus escuadrones paramilitares, y si eso falla, con sus tanques.

Marx no era alérgico al poder como algunos liberales o como algunos anarquistas. Creía que el poder podía usarse para bien y se negaba a endiosarlo cosificándolo como algunos filósofos han hecho. Aquí podemos encontrar a Terry Eagleton poniendo una clara pega a Marx, y es que aún siendo cierto que el poder puede usarse para bien, "hay un elemento de que se deleita en el dominio solo por el placer de dominar". Este elemento que ha sido pasado por alto por Marx (a diferencia de Nietzsche o Freud), es uno de esos ejemplos que anunciaba a bombo y platillo en la contraportada, y de los que he visto muy pocos, por cierto:
No soy de ese género de izquierdistas que, por un lado, proclaman devotamente que todo es susceptible de crítica y, al mismo tiempo, cuando se les pide que propongan aunque solo sean tres puntos importantes que se puedan reprochar a las tesis de Marx, reaccionan con malhumorado silencio. Yo mismo tengo mis propias dudas acerca de algunas de las ideas marxianas y creo que este libro lo pondrá suficientemente de manifiesto.

CAPÍTULO 10: LOS MOVIMIENTOS  ACTUALES DE IZQUIERDAS YA HAN ABANDONADO EL MARXISMO: FEMINISMO, ECOLOGISMO, ANTI-RACISMO, MOVIMIENTO GAY, ANTIGLOBALIZACIÓN ETC...

Al autor le parece que no hay nada anormal en la proximidad del movimiento anti-capitalista al marxismo, y quizás tenga razón en la práctica, pero en teoría se puede llegar a ser anticapitalista o apoyar la antiglobalizacón sin ser necesariamente marxista.

La historia del feminismo está impregnada de influencias marxistas. Es cierto que también hubo mucha resistencia por parte de algunos marxistas, pero en general se puede defender sin temor a equivocarse que la contribución del marxismo al feminismo ha sido bastante grande. Los países socialistas se tomaron en serio la cuestión del género mucho antes de que occidente se molestara en debatirla.

De igual manera si los movimientos anticoloniales han tenido, no solo un aliado sino una inspiración, ha sido sin lugar a duda el marxismo. No en vano "los bolcheviques proclamaron el derecho a la autodeterminación  de los pueblos colonizados". Es cierto que la postura personal de Marx fue un poco más ambigua, ya que consideraba que las colonias debían modernizarse para poder sumarse más tarde a la lucha de clases, y si el precio que tenía que pagar era que probasen las botas de los imperios, pues a aguantar se ha dicho. Eso al menos en teoría, porque en la práctica condenó la barbarie colonial en la India, incluso aplaudió su rebelión en 1857. De igual manera "se desdijo de sus anteriores opiniones acerca de la conquista de México, como Engels de las suyas a propósito de la expropiación francesa de Argelia.

En cuanto a la igualdad racial, en los años 20 y 30, la práctica totalidad de los hombres y de las mujeres que la predicaban eran comunistas.

Los países del Tercer Mundo han sido asistidos por la doctrina marxista, aunque la vertiente internacionalista ha sido un fracaso debido al fuerte nacionalismo que ha nacido en estos países.

Autores posmodernistas han acusado al marxismo de ser eurocéntrico. Es cierto que Marx tenía los límites propios de su tiempo y cultura, pero pensar que la tradición europea no puede aportar nada positivo a otras es falso, ya que Europa ha sido tan responsable del genocidio del Congo como del sufragio universal. Además, resulta que Marx es uno de los pocos europeos que iba contra el imperialismo y a favor de los obreros industriales... todo esto solo puede traer beneficios para otras culturas que estén pasando por situaciones parecidas. Si los beneficios de la herencia marxista pueden ayudar a otras culturas, rechazarlos por ser "eurocéntricos" es una extravagancia que solo puede defenderse desde "neurosis propias de gente privilegiada". De igual manera Marx decidió beneficiarse, y valorar por sí misma, la Ilustración. Aunque como ya se dijo en el capítulo 4, los valores de la Ilustración fueron creados por la burguesía, los logros que se consiguieron fueron la base con la que regar el futuro socialismo. No hay que ser remilgado ni purista, parece decirnos Terry Eagleton, y aceptar las aportaciones positivas del otro.
Esa importante campaña de lucha por la libertad, la razón y el progreso que brotó del corazón mismo de la clase media europea del siglo XVIII constituyó a un tiempo una fascinante liberación  con respecto a la tiranía y una sutil forma de despotismo en sí misma. Y fue Marx sobre todo quien nos hizo adquirir conciencia de esa contradicción. Él defendió los grandes ideales burgueses de la libertad, la razón y el progreso, pero quiso saber por qué tendían a traicionarse a sí mismos cada vez que se ponían en práctica. Fue, pues, un crítico de la Ilustración, pero, como todas las formas más eficaces de crítica, la suya fue desde dentro. Fue, a un tiempo, un firme apologista y un feroz antagonista de las ideas ilustradas.

Marx fue un pionero ecologista. ¿Cómo defiende esta postura el autor? Se apoya en algunas citas de sus obras en las que menciona factores geográficos y clímáticos. La mejor de ellas, que tampoco es que sea gran cosa, dice:
"Ni siquiera toda una sociedad, una nación o, más, todas las sociedades contemporáneas reunidas, son propietarias de la tierra. Sólo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y deben legarla mejorada, como boni patres familias [buenos padres de familia], a las generaciones venideras."

El último movimiento que el libro analiza es el pacifismo, y le aconseja que si quiere comprender las causas del belicismo, no puede ignorar que se trata de un belicismo capitalista, ya que el capitalismo es la bestia que lo alimenta. El viejo eslogan socialista de "socialismo o barbarie" toma un sentido más literal si pensamos en la degradación del medio ambiente o en la guerra nuclear.



ENLACES RELACIONADOS:
 
"Elogio de Marx": artículo del autor publicado en chronicle.com en el mismo año de la publicación del libro.


4 comentarios: