domingo, 4 de mayo de 2014

MANUAL DE SOCIALISMO Y CAPITALISMO PARA MUJERES INTELIGENTES (1928) George Bernard Shaw

Por mera casualidad termino mi análisis de este libro en el denominado Día de la Madre, así que aprovecho la ocasión para homenajear a todas aquellas madres, entre ellas la mía por supuesto, que sin tener formación alguna en teoría económica, fueron lo suficientemente inteligentes como para saber invertir en la crianza de sus hijos: una empresa de alto riesgo pero con alta rentabilidad en felicidad y humanidad. 

George Bernard Shaw pasó a la historia por sus obras de teatro, pero en este libro refleja otra de sus pasiones: la política. Fue un hombre de polémicas, de debates, de extremos, de poderosa oratoria, de excentricidades, de humor negro, de compromiso, de contradicciones... brillante para lo bueno y para lo malo.


Lo primero que llama la atención es el título, ¿por qué para mujeres? Es una excusa retórica y una promesa que el autor le hizo a su cuñada para que ésta a su vez pudiera organizar tertulias femeninas en las que poder explicar los términos de una política controlada por hombres. A menudo se usan frases del tipo, "entonces una mujer curiosa e inteligente como usted no debería fiarse..." o "lo que una mujer inteligente haría en este caso es...". Pero, como digo, es un recurso dialéctico, ya que la comprensión y didáctica que nos ofrece Shaw en su libro, vale para hombres y mujeres... supongo que de todos los tiempos.

Y ahí viene lo segundo que llama la atención en el libro. El libro se publicó en 1928, y sin embargo, los problemas e inquietudes que enfrenta son pasmosamente parecidos a los de nuestra sociedad actual de 2014. El poder de empresarios, de sindicatos, de transnacionales que se van a otros sitios donde pagan menos, los intereses interconectados de trabajadores de varios países, el funcionamiento de la banca, el sentido de los impuestos, las crisis económicas etc... Todo eso es una constante que no se ha resuelto a lo largo de casi cien años. Han cambiado los actores, las formas y los tiempos, pero la lógica del sistema sigue siendo la misma.


Y para George Bernard Shaw la raíz de todos esos males que nos han seguido hasta hoy se pueden resumir en la diferencia de las rentas. Según el famoso dramaturgo (esta faceta artística es por la que mayoritariamente se le conoce, y la que podría explicar muchas de sus excentricidades en su faceta política), luchar por la igualdad de renta es el núcleo duro para conseguir una sociedad más justa, una sociedad socialista. Y si Marx no creía en la igualdad de la renta era un problema de Marx, porque Shaw tenía bien claro "que el socialismo significa igualdad de renta o no es nada". Shaw se queda prácticamente en solitario como defensor de un empecinamiento personal que roza el disparate, a saber, la igualdad de la renta. Que todo el mundo debe cobrar lo mismo independientemente del trabajo que haga, algo con lo que nadie está ahora de acuerdo, ni la izquierda ni la derecha por supuesto. Pero lo hizo con tanta vehemencia que resulta curioso y didáctico repasar todos sus argumentos, porque en ellos encontramos cómo funcionaba el mundo mucho antes de que nosotros llegásemos a él. Shaw vivió en una época donde todo estaba por inventar, y cualquier teoría era bienvenida para después ser descartada por la práctica. Independientemente de que estemos de acuerdo con él o no, en este libro podemos comprobar que hace un encomiable esfuerzo argumentativo, y que su contexto es muy parecido al nuestro.

Tal y como nos desvela la acertadísima introducción de Margaret Walters para este libro, la relación de Shaw con el marxismo varió con el tiempo. Y no es de extrañar, si tenemos en cuenta que vivió casi un siglo, durante el que tuvo tiempo de caer en diversas contradicciones como defender una transición lenta y pacífica al socialismo al tiempo que decía muchas "tonterías románticas" sobre líderes fascistas de los que admiraba su rapidez para implementar sus políticas.

Shaw intentaba escapar de su origen paupérrimo recorriendo las calles de Londres y haciéndose un hueco en el mundo de la literatura, publicando una novela aquí y otra allá. Entonces cayó en sus manos "El Capital" de Marx y desde entonces defendió el socialismo hasta sus últimos días. Habría que añadir que lo hizo a su forma, no solo por su histrionismo y su cáustica oratoria, sino que lo hizo de la mano del fabianismo (rama del socialismo que se desvinculaba de una revolución violenta). Sin embargo esa separación de la ortodoxia marxista no significó olvidar que Marx lo había "hecho hombre", según sus propias palabras, y que todas las interesantes polémicas anteriores eran peccata minuta: polémicas sobre religión y política, ciencia y religión, sobre la libertad, y todas las grandes discusiones sobre autores como John Stuart Mill o Charles Darwin, que eran según él mismo, "lo que me había alimentado intelectualmente, no eran más que cuestiones de clase media... Constaté la importancia de la base económica".

DESCONFIABA DE LAS MASAS, DE LA DEMOCRACIA Y DE SUS LÍDERES... Y FLIRTEÓ CON EL FASCISMO

Su desconfianza en las masas se puede ver claramente en su desencanto con el movimiento sufragista femenino, al que apoyó decididamente, pero una vez conseguido el voto de las mujeres se frustró al comprobar que ellas votaban al más incapaz de los candidatos masculinos, relegando al olvido a mujeres "de probada capacidad, integridad y dedicación".

Nunca he visto oradores tan inspirados o asambleas tan entusiastas como las manifestaciones de las sufragistas de la época. La creencia en la magia del voto era tan ferviente que no se me pudo perdonar que advirtiera a las sufragistas de que el voto femenino probablemente significaría su exclusión del Parlamento.

Lo mismo piensa de las masas sindicales, que siempre votan por candidatos que defienden la democracia solo porque saben cómo manipularla para que voten por ellos.

Son demócratas no por su fe en el juicio, conocimiento e iniciativa de las masas, sino por su experiencia de la ignorancia, credulidad y timidez de las masas. Solo los idealistas de las clases medias acaudaladas y cultivadas creen que la voz del pueblo es la voz de Dios. [...] La pura verdad es que la democracia, o el gobierno del pueblo mediante el sufragio universal, no ha llegado nunca a ser una realidad absoluta y, en la limitada medida en que ha sido una realidad, no ha alcanzado el éxito.

A pesar de ello aconseja a la lectora "que defienda su voto con todas sus fuerzas". Pero al mismo tiempo le hace saber que:

Cuanto más poder se da al pueblo, más urgente se vuelve la necesidad de un superpoder racional y bien informado para dominar y desactivar su admiración inveterada por el crimen internacional y el suicidio nacional. Voltaire dijo que hay una persona más sabia que Doña Nadie, que es Doña Todos, pero Voltaire no había visto funcionar la democracia moderna. [...] Si queremos que la democracia no nos arruine, debemos encontrar a toda costa un método fiable para comprobar las calificaciones de los candidatos antes de dejarlos presentarse a las elecciones.[...] Mientras tanto, con la ayuda de Dios, haremos lo que podamos.


La introducción de la historiadora del feminismo, Margaret Walters, nos ofrece también un contexto personal de gran valor: la lucha interna de saberse perteneciente a otra clase diferente de la que quiere defender. De joven, Shaw criticaba la sociedad pero anhelaba  formar parte de su élite. Escribe para las élites, no para los proletarios. Quiere codearse y convencer a quienes tienen poder para que sea posible una transformación socialista, pero no siente una auténtica empatía por los trabajadores. En realidad tampoco la siente por los ricos, aunque el mismo lo fuese al casarse con una millonaria, y defendiese  con descaro y honestidad la compatibilidad de su nueva condición y su predicación socialista; en 1896 publicó un artículo llamado "Socialismo para millonarios". La trascendencia del plan socialista colectivo está por encima de cualquier sectarismo de clase, no solo con su condición de rico, sino también con la de los trabajadores y sindicalistas, ya que todos miran por su propio beneficio.

Tenemos que confesarlo: la humanidad capitalista en general es detestable. El odio de clase no es un simple problema de envidia por parte de los pobres y desprecio y temor por parte de los ricos. Tanto los ricos como los pobres son detestables de por sí. Por mi parte, detesto a los pobres y espero con ansiedad su exterminación. Los ricos me dan un poco de lástima, pero también me inclino por su exterminio. Las clases obreras, las clases de hombres de negocios, las clases profesionales, las clases acaudaladas, las clases dirigentes, son a cada cual más odiosa: no tienen derecho a vivir. Me desesperaría si no supiera que un día morirán y que no hay necesidad de que sean reemplazadas por personas como ellas. No quiero que ningún niño sea educado como me educaron a mí y a todos los niños que conozco. ¿Usted sí?
 
Esa desconfianza de clases se hace extensiva a prácticamente todo el género humano, que unas veces reclama una disciplina despótica y después denuncia falta de libertad. Considera que la capacidad de gobernar o dirigir es un don, aunque a veces requiera de capataces insensibles, el caso es que esa función tiene que ser ejercida por alguien diferente de la masa. La sociedad necesita líderes, y de hecho a la masa le gusta que la dirijan porque somos mentalmente perezosos. Ese liderazgo es natural, lo que sucede es que el capitalismo convierte esa naturalidad en resentimiento de clase, porque paga más al que más escasea, como sucede con el caviar. Y así el obrero espeta al capataz que quién es él para cobrar más. Si la renta se igualase, al obrero no se le pasaría por la imaginación esa objeción porque consideraría natural que una persona mejor cualificada para dar organizar y dar órdenes lo hiciese, sin tener que ser pagada de diferente manera solo por estar en una función diferente. En cuanto a la motivación de los capataces/organizadores, Shaw argumenta que ellos tampoco tendrían objeciones a cobrar lo mismo que los demás, ya que sus capacidades especiales les empujan a querer unos trabajos especiales, independientemente de la recompensa económica. Pone como ejemplo a Mozart, que podía haber ganado más dinero como mayordomo, pero que prefirió dedicarse a la música. También menciona los currículos de Napoleón y Nelson, como prueba de que en sus inicios descartaron trabajos mejor remunerados porque su naturaleza les empujaba al poder. Todos ellos son ejemplos muy discutibles, pero nos llevan al siguiente punto: su admiración por el fascismo.

Es difícil delimitar hasta qué punto admiraba a algunos fascistas porque su ubicuo sentido del humor permeabiliza toda su obra. Quiero pensar que sus guiños al fascismo, y su admiración por Hitler o Mussolini, son producto de su naturaleza provocadora, de esa manera de escribir tan satírica, rimbombante y a menudo caprichosa. Es decir, en principio cabe pensar que un militante socialista hastiado de la pasividad general de su pueblo, pueda caer en la tentación de usar su sarcasmo para dinamitar esa conciencia pasiva, aunque sea jugando con fuego al piropear a fascistas que enardecen (despiertan) al pueblo. Pero por muy socialista que fuese, no podemos esconder que sus declaraciones sobre estos dictadores iban más allá de histrionismos efectistas; había tanta autenticidad en su admiración por los líderes fascistas, y la rapidez y pragmatismo con que implementaban sus políticas, como en su desprecio a la inoperatividad del sistema parlamentario de partidos. Y ese desprecio por la esterilidad de debates parlamentarios sin fin, era el mismo que sentía hacia ociosos y rentistas. Esos ricos ociosos que no hacían nada útil, que solo se dedicaban a consumir sin producir y que solo vivían del trabajo de sus antepasados, eran para Shaw la consecuencia de un cáncer capitalista que permitía a la décima parte de la población vivir ociosa (o estresada con banalidades) a costa de la cuasi-esclavitud del resto de la sociedad.

Lo que en su tiempo se encuadraba mayoritariamente en la dialéctica humorística y extravagante de un dramaturgo al que se le ríen sus histrionismos, recientemente ha sido juzgado con más seriedad. En 2008 un documental que recopila los horrores del comunismo, trataba de vincular la ideología comunista con el nazismo, al menos en sus formas liberticidas. Para ello se mostraba un vídeo de 1931 en el que Shaw defendía la necesidad de justificar la existencia de cada persona probando su productividad para la sociedad. También usaban una cita de 1934 en la que Shaw instaba a los científicos a inventar un gas para matar lo más humanamente posible. En youtube se puede ver un extracto del documental mencionado.


Lo que el documental no cuenta es que, en el primer caso, el contexto era las alternativas al encarcelamiento, y en el segundo caso, era la hipocresía de las grandes potencias que predicaban el desarme negociando bombas de menor calibre, a lo que Shaw respondía que deberían esmerarse en encontrar un gas que matase de manera más humana. En ningún caso, se estaba refiriendo Bernard Shaw a aniquilar a judíos u oponentes políticos, como el nazismo hiciera años después.

La Sociedad Internacional de Bernard Shaw puntualiza adecuadamente que esas declaraciones no podían asimilarse al nazismo, ya que eran anteriores a la guerra, cuando ni Mussolini ni Hitler podían ser vistos como los asesinos de masas que luego demostraron ser. Pero hay otras muchas declaraciones del estilo que ponen en la picota al dublinés, como esa en la que dice que "si deseamos un cierto tipo de civilización y cultura, debemos exterminar a la clase de gente que no encaja en ella." Incluso sus defensores reconocen que muchos equívocos de sus frases hiperbólicas se los había ganado a pulso por no explicar suficientemente lo que quería decir con ellos; en este caso Shaw prefirió provocar a la sociedad y a los periódicos antes que explicar que para él la mejor forma de exterminar a alguien era la educación.

Pero por mucha ironía que destilara su pluma, había en él una tendencia al totalitarismo. Esa lógica inhumana de que el fin justifica los medios, junto con su insistente defensa de la pena capital y de la eugenesia nos lleva a pensar que en aquellos tiempos un orador como Shaw, por muy amante del escándalo que fuese, no podía ser ajeno a que sus discursos se insertaban en un contexto posibilista, y no solo eran brindis al sol. Parece que su paciente y pacífico fabianismo había llegado a un punto de desesperación: ¿por qué habríamos de esperar a convencer a todo el mundo de la bondad del socialismo cuando los dictadores de la época habían probado que se podían adelantar siglos de reformas tan solo sacrificando algunas confortables nociones de libertad? Así de volátil era Shaw, anti-revolucionario y fabiano en su izquierdismo, al tiempo que admirador del pragmatismo fascista.

¿Pero lo convierte eso en el arquitecto, ideólogo o partidario del Holocausto u otro asesinato de masas? Yo no lo creo. Ni yo, ni parte de la prensa de la época, ni el profesor Leonard W. Conoly, que compara esas sátiras con las de Jonathan Swift escribiera en "Una modesta proposición", en donde instaba a comerse a bebés. Veremos más adelante cuán acertada es la comparación de Conoly, ya que Shaw usó varias veces el mismo ejemplo. La prensa según nos cuenta Dan Stone en su libro "Breeding Superman" (pag.127), "o bien creyó que Shaw hablaba en serio y lo vilipendió, o bien reconoció la naturaleza irónica de su conferencia, y lo subrayó". El Birmingham Daily Mail publicó (pag.128):

"Esto es bastante chocante, pero también es shaviano ["shavian" era la palabra que se acuñó para definir algo típico de Shaw, de su sarcasmo] y como, en cualquier caso, tendrán que pasar muchos siglos antes de que la sociedad asimile una doctrina de ideales tan salvajes, nadie debería preocuparse por el asunto."

Tampoco podemos olvidar que en 1940 fue de los pocos que habló a favor de los judíos cuando el resto callaba (hasta el punto de ser censurado en la BBC justo por excederse con esa causa). En un ejemplo más de sus salidas de tono el escritor dublinés dijo en antena que Inglaterra tenía que haberle declarado la guerra a Alemania en cuanto le robaron el violín a Einstein. También dijo en un artículo del New York Times en 1933 (cuya portada también sale en el documental comentado anteriormente, "La historia soviética"), que si había algo que se les debiera prohibir a los judíos era casarse con judías, ya que estaba convencido de que la mezcla de razas daba mejores individuos. Y esa era su forma de criticar la judeofobia de los alemanes de entonces. Ciertamente cuando la ironía se usa a diestro y siniestro, uno corre el peligro de que no se entienda bien lo que quiere decir (al tertuliano Miguel Ángel Aguilar le suele pasar eso). Dan Stone dice que cuando los medios ridiculizaron sus referencias al uso de la cámara de gas, era eso precisamente lo que Shaw perseguía, llevando a una reducción al absurdo el argumento de los eugenistas con los que no coincidía. No lo sabremos nunca. En todo caso Shaw parece ser que era más partidario de la eugenesia positiva (promover la natalidad de los mejores sujetos), que de la negativa (impedir o dificultar la natalidad de los peores sujetos). En la cita de 1934 en la que insta a los químicos a inventar ese gas indoloro, termina diciendo que "si paramos de luchar ya le encontraremos alguna utilidad en casa". Como se puede ver, al jugar con la ironía uno puede refugiarse en un campo y en otro.

Pero... ¿qué dice el autor en el libro que nos ocupa? En este manual Shaw hace referencia a Hitler,  Mussolini, Mustafa Kemal, Reza Pahlavi y Kemal Atatürk entre otros dictadores (a Stalin apenas lo menciona un par de veces, como veremos en el último capítulo). Para Shaw estos dictadores eran algo así como Napoleones Bonaparte en potencia. Era demasiado pronto para saber si podían terminar en algo bueno, o se quedarían en simples enfermos mentales para la posteridad. Pero sin duda les reconocía la virtud de movilizar a la mayoría de la población contra las múltiples minorías que no paraban de parlotear y no hacer nada. Eran "aventureros" y "locos". De Mussolini dice que consiguió que los trenes italianos llegasen en hora, que hasta el momento había mantenido la cordura y que en general disciplinó a la población. Esa función preparatoria del fascismo, que hace que el pueblo adquiera una visión corporativa de sí mismo, es parecida al comunismo. "Ambos reducen la libertad y la democracia tal como la entienden los liberales." Como se puede ver Shaw condenaba la democracia formal que dejaba de lado a los más pobres, y no veía nada censurable en cargarse el sistema parlamentario, si era para un fin mayor. Y Shaw es consciente de que el fascismo lo hace, abusando de la población, con demagogia y censura, y sin embargo no hacía juicios morales al respecto, tan solo comentaba con frialdad el método. Es muy típico de él alejarse de valoraciones morales, simplemente lleva hasta las últimas consecuencias los postulados que analiza, y no se detiene en sentimientos ni sentimentalismos que le puedan distraer de su objetivo. No le interesa conocer el corazón del sistema, sino su eficacia para mejorar el mundo, no en vano se denominaba a sí mismo un "mejorador del mundo" ["world betterer"].

A continuación un pasaje en el que da muestras de lo que digo, sacado de su nota introductoria incorporada al libro en 1937.

El fascismo fracasa, no en la libertad y la democracia, ninguna de las cuales tiene una existencia real en el capitalismo desarrollado, sino en la distribución; y, si el fascismo remedia ese extremo, se convierte en comunismo. [...]
En todo caso, este libro trata del socialismo y de sus requisitos. No se ocupa de hasta qué punto podemos llegar a considerar necesario matarnos unos a otros para convertirlo en realidad.
Y en éste nos explica con asepsia amoral como puede funcionar, en un principio, el fascismo:
Cuando el líder habla de los liberales y de su bolsa de derechos y libertades con un desprecio magistral, y pide disciplina, orden, silencio, patriotismo y devoción al Estado que él encarna, el pueblo responde con entusiasmo y deja que los liberales se pudran en las islas penales, campos de concentración y cárceles en los que los han encerrado o en las calles en donde han sido asesinados. [...] Mientras tanto, el líder se ocupa de que haya mucho esplendor, oratoria romántica, propaganda de prensa, enseñanza fascista en las escuelas y universidades y la menor crítica posible de su gobierno. Y así, durante un tiempo, con un buen líder, el fascismo prospera y es plenamente popular y democrático. Por eso, más allá y por encima del hecho de que el ciudadano medio es fascista por naturaleza y educación, y que los reformistas y revolucionarios no son para él más que una minoría de chalados sediciosos, hay siempre una tendencia práctica al fascismo.

Sin embargo, aquella valoración positiva inicial de los fascismos, se vio rectificada a medida que avanzaba la guerra. En la práctica no apoyó a Alemania durante ninguna de las dos guerras mundiales. En la Primera Guerra Mundial se ganó muchas antipatías por criticar a los suyos y al Tratado de Versalles, pero al final se posicionó del lado de Inglaterra hasta el punto de donar el equivalente a casi 3 millones de los euros actuales. Y en la Segunda Guerra Mundial, pese a todos sus piropos iniciales al fascismo (algunos duraron hasta mucho después) el caso es que pidió la intervención de EEUU para quitar de en medio al loco (madman) de Hitler.


Leslie Evans analiza en profundidad estos aspectos (otros con menos fortuna, como la descontextualización del documental previamente citado, a la que no hace referencia), en su ensayo "George Bernard Shaw: ¿Puede su reputación sobrevivir a su lado oscuro?". Resulta muy interesante leer (solo en inglés) su ceguera para ver los crímenes de la URSS, su  relación con Churchil o con George Orwell, el contexto histórico de Shaw y sus coetáneos en donde prácticamente nadie se salva de ser antisemita, racista o eugenista. De ese ensayo me quedo con la acertada presentación que Evans hace:


Siempre un iconoclasta, las opiniones de Shaw, aunque generalmente de izquierdas, cruzaron todo el mapa, y por lo general buscaban impactar con un toque cómico, consiguiendo cabrear a casi a todo el mundo en algún momento.

En cuanto a sus objeciones teóricas contra el fascismo, tampoco eran de fondo. Solamente condenaba su abuso, ya que si "dejan el fascismo en manos incapaces o crueles, pueden darse resultados que en el mejor de los casos son deplorables y, en el peor, diabólicos". A veces ni siquiera era una condena, sino una condescendencia por una ideología que tiene "un apetito romántico por la gloria militar". Parece que en su análisis ideológico el fascismo merecía cierta censura, pero era de índole meramente instrumental; no sirve a los fines de emancipación del pueblo. Y no lo hace por culpa de los líderes fascistas, a quienes parece perdonar todos sus excesos, sino por culpa del pueblo. Puede que alguno de esos "genios" fascistas que rozan la locura pretenda sinceramente obligar a las clases pudientes a bajar de sus escaños, pero el pueblo fascista está con los poderosos y dispuesto a llevar al abismo y la destrucción a todos los demás. El pueblo no propugna ninguna igualdad económica.
Puede confiarse en que la organización de la ignorancia popular y la locura romántica trastornen a gobiernos incompetentes, idolatren a un líder,  enloquezcan de exaltación patriótica ante el espectáculo de soldados marchando hacia la guerra, chillen hasta enronquecer en desfiles y discursos solemnes y, sobre todo, roben maltraten, aprisionen y despedacen a las pequeñas organizaciones de los pobres por presuntuosas, sediciosas y peligrosas. Ahora bien esta no es la manera de salvar la civilización: es el ancho camino hacia la destrucción. [...] En su indignación virtuosa, son capaces de quemar una mantequería irlandesa, una Sociedad de la Amistad italiana, el almacén de una cooperativa, una oficina sindical o una imprenta de prensa roja, pero pídales que quemen una casa de campo, que saqueen el Banco de Inglaterra o que linchen a un ministro del gobierno conservador y llegarán a la conclusión de que está usted loca o que se ha unido a los rojos. El líder fascista, como nuestra vieja amiga la aprendiza de bruja, descubre que es capaz de evocar a los demonios bastante fácilmente pero no conoce el hechizo para exorcizarlos una vez le han servido bien.
Así, cuando el líder ha jugado con los pobres tratándolos como si fueran bolos y, tras haberlos desvalijado de sus ahorros, descubre que para llevar a cabo proyectos realmente grandes de reconstrucción social debe proceder a desvalijar a los ricos, se encuentra impotente.
[...]
Aún cuando el fascismo disciplina, racionaliza y economiza la industria, el efecto es dejar sin empleo a más trabajadores [...].
Para finalizar este largo prolegómeno sobre su relación con el fascismo, diré a modo de defensa que las exageraciones eran herramienta común en su prosa, e intentaré describir el modus operandi de su escandalosa retórica. Ya he dado algunos ejemplos, como el del violín de Einstein o la prohibición a los judíos de casarse con judías. Enumeraré otros más a continuación. El primero es sobre la superpoblación, que más adelante comentaré más en profundidad, pero por ahora solo quiero exponer un párrafo en el que, como habitualmente hace con sus exageraciones, decía una barbaridad para llamar la atención. Una vez captada la atención, la  rechaza por reducción al absurdo, o simplemente porque independientemente de ser una barbaridad, no era efectiva, o porque había algo peor que aceptábamos como normal.

Si nuestra población sigue aumentando tendremos que considerar si la reducimos, como reducimos la población de gatos, ahogando a los bebés que sobren en cubos de agua, lo que no sería más malvado que la inevitable mortalidad infantil o el aborto quirúrgico al que se recurre en el presente.

En alusión a la necesidad de educar a los niños, aún cuando esa educación pueda ser mal empleada en el futuro:

Es verdad que enseñándole a escribir también [...] se le abre el espíritu a libros estúpidos y se le pone en las manos la posibilidad del mayor derroche de tiempo: las novelas que no vale la pena leer (es decir, el 99%) [...] podría usted negarse a enseñarle a usar el cuchillo para cortar su comida sobre la base de que también aprenderá a cortarle el cuello al bebé.

Sobre la necesidad de los impuestos:

Ese sentido común no siempre es innato. Parte de él sí lo que lo es: por ejemplo, una mujer sabe sin que se lo digan que no tiene que comerse a su bebé y que debe alimentarlo y criarlo al precio que sea. Sin embargo, no siente lo mismo ante la obligación de pagar impuestos y tributos, aunque esto sea tan necesario para la vida de la sociedad como la cría de bebés para la vida de la humanidad.
Sobre la I Guerra Mundial... aunque quizás este ejemplo no sea tan descabellado como parece:
No cabe duda alguna de que sería un remedio heroico para todo este trágico malentendido que ambos ejércitos les pegasen un tiro a sus oficiales y volviesen a casa a recoger la cosecha en sus pueblos y hacer la revolución en sus ciudades.[Mi traducción.]

 CÓMO REPARTIR LA RIQUEZA

Si tenemos en cuenta la extensión y pretensión del autor, debería haber empezado por su preocupación principal: la economía. Una economía socialista pero con un añadido absolutamente irrenunciable: la igualdad de renta. Tanto más da si eso lo aprobaban en la URSS o si lo dijo Marx o no. Para Shaw el que la gente cobre diferentes salarios es la raíz de todos los males. Si nos ofende en alguna medida la pobreza en un mundo de riqueza, debemos cuestionarnos la distribución de la riqueza.

No hay que perder de vista que estas propuestas que ahora nos parecen disparatadas, se hacen a principios de siglo XX, cuando la teoría de la organización del trabajo y las alternativas al capitalismo están naciendo. 

Es necesario trabajar para sobrevivir. La riqueza no llueve del cielo, los bienes y servicios salen de nuestro trabajo, bien sea de nuestros impuestos o de nuestra producción directa. Al pagar impuestos lo hacemos según nuestros ingresos y practicamos el comunismo, porque obtenemos servicios de puestas en común. En una ciudad moderna nadie dice que no quiere pagar alumbrado porque no sale por las noches, o no quiere pagar un puente porque vive lejos y nunca lo usará. Todos sabemos que hay algunas cosas que todos debemos pagar para hacer que la vida en sociedad sea más fácil y más digna para el conjunto. El estado debe pagar los bienes comunes, y no se equivocará porque son cosas necesarias para todos, para la comunidad en su conjunto. Pero ¿y las cosas que no todos compartimos? Si el estado tuviese que pagar cada capricho individual sería imposible acertar, y nos encontraríamos con excedentes de gramófonos o escopetas.

"Ni siquiera podrían venderlos porque todo el que los quisiera ya los tendría. Irían a parar a la basura. Solo hay una manera de superar esta dificultad. En lugar de dar cosas a la gente, hay que darle dinero para que compre lo que quiera. [...]
Para eso sirve el dinero: nos permite conseguir lo que queremos y no lo que otros piensan que queremos.[...] el dinero en sí es uno de los dispositivos más útiles jamás inventados: no es culpable de que alguna gente sea lo bastante estúpida o miserable para que le guste más que su propia alma.

Una vez aclarada la necesidad de repartir cantidades monetarias, hay que mojarse y señalar qué cantidad le toca a cada uno. Shaw analiza 6 propuestas para desmontarlas y dejar como única opción la 7ª, que es el socialismo.

1ª) A CADA CUAL SEGÚN LO QUE PRODUCE
Es prácticamente imposible saber lo que produce cada uno, porque a menos que vivas como Robinson Crusoe en una isla, lo que tú produces está inextricablemente mezclado con las aportaciones de muchos miles de personas y sectores productivos diferentes. Por no hablar de que muchos trabajos no producen nada, sino que ofrecen servicios. Para salvar este obstáculo podríamos medir el tiempo empleado en trabajar, pero esto también encierra ciertas dificultades. En primer lugar algunos precios/unidad de tiempo son diferentes, y tienen que serlo necesariamente porque tras la hora de un médico hay muchos años de estudio que no hay en otros trabajos no cualificados. Pero el embrollo es contabilizar exactamente esas diferencias. Dejarlas simplemente a la ley de la oferta y la demanda puede establecer unas diferencias tan caprichosas como aberrantes. El minuto del zapatero puede ser 3000 veces inferior al del futbolista, y eso es algo que el autor rechaza de plano.

2ª) A CADA CUAL LO QUE SE MERECE
Se nos inculca que si eres trabajador y honrado prosperarás, y de lo contrario te tendrás merecida la pobreza. Pero olvidamos que el mundo en el que nacemos heredamos unas condiciones de partida que falsean esos supuestos méritos. Algunas veces, incluso hasta volverlo todo del revés: algunas personas ociosas son muy ricas, mientras que otras que no paran de trabajar son, y seguirán siendo, muy pobres. Y aun olvidando ese detalle ¿cómo podríamos calcular el mérito, la actitud o las bondades personales en dinero?

¿Tiene que recibir el herrero tanto como el cura, dos veces más que el cura, la mitad que el cura, o cuánto más o menos? No sirve para nada decir que uno debería recibir más y el otro menos: tiene que estar dispuesta a decir exactamente cuánto más o menos en una proporción calculable.
Bien, piénselo. El cura ha tenido una educación universitaria, pero eso no es mérito suyo sino que lo debe a su padre y, por tanto, no puede adjudicársele nada por esta razón. Sin embargo, gracias a esto puede leer el Nuevo Testamento en griego, algo que no puede hacer el herrero. Por otro lado el herrero puede hacer una herradura, mientras que el párroco no. ¿Cuántos versículos del Nuevo estamento griego equivalen a una herradura? Solo necesita formular esta pregunta estúpida para ver que nadie puede responderla.
[...] en el momento en el que nos llevan de las generalidades morales a detalles concretos se hace evidente para cualquier persona sensata que no puede establecerse relación alguna entre cualidades humanas, buenas o malas, y sumas de dinero, grandes o pequeñas.

3ª) A CADA UNO SEGÚN LO QUE PUEDA CONSEGUIR
Esto es la ley de la selva, en donde los más fuertes aplastarían a los más débiles. En la actualidad muchos negocios funcionan así, no por la violencia, sino por el poder de establecer precios que no se ajustan al valor real. "El alquiler de una casa puede elevarse sin tener en consideración el coste real de las casas ni la pobreza del inquilino." Son tantas las situaciones indeseables que suceden bajo este sistema que constantemente se aprueban leyes para limitar esa libertad.

4ª) LA OLIGARQUÍA
Bernard Shaw desarrolla aquí una graciosa y contradictoria forma de defender el elitismo, al menos en la teoría, porque luego en la práctica él mismo reconoce que no funciona. Hacer que 9 personas trabajen  mucho para que una pueda ser rica, no es para Shaw, nada reprobable, porque la intención original (no sé de donde puede haberse sacado eso) sería que esa persona elegida pueda cultivarse culturalmente y se forme para dirigir un país en beneficio de todos.

Y es evidente que, si se tomaran las rentas de los ricos y se dividieran entre los pobres, estos serían muy poco menos pobres, el suministro de capital se detendría porque nadie podría permitirse ahorrar, las casas de campo caerían en ruinas y el conocimiento, la ciencia, el arte, la literatura y todo lo que llamamos cultura desaparecería. Este es el motivo por el que tanta gente, aunque sea pobre, defiende el sistema actual y se mantiene fiel a la nobleza.

La nobleza no solo garantizaba la cultura sino que, según Shaw, se le dio dinero con ese fin. Sin embargo, y a pesar de sus "mejores intenciones", la nobleza al alejarse de la realidad del pueblo, terminó abusando y despilfarrando lo que se le había dado y por tanto perdió su razón de ser.

Pero aún le queda un pretexto a la nobleza para existir; el formar una élite de ricos nos permite que los grandes capitales se concentren y fomenta el ahorro necesario para luego gastarlo en "ferrocarriles, minas, fábricas llenas de maquinaria y todas las demás innovaciones" que nos hacen avanzar con comodidades.

El argumento es que si los ingresos se distribuyen con mayor igualdad, tendríamos todos tan poco dinero que nos veríamos obligados a gastarlo todo y no ahorraríamos nada para hacer máquinas, construir fábricas y ferrocarriles, cavar minas y cosas similares. Bien, sin duda es necesario que la civilización disponga de esos ahorros, pero cuesta imaginar una manera de conseguirlo más derrochadora.

Se defienden diciendo que no hay otra manera de hacerlo, pero sí la hay: la nacionalización de la banca.

5ª) LA DISTRIBUCIÓN POR CLASES

Consiste en hacer que la gente cobre en función de su trabajo. Los basureros cobran una cosa y los médicos otra. Según el autor, es el sistema vigente que había en su época (1928). Pero eso no ayuda mucho, porque también predica la vigencia del resto de propuestas. Esto nos llevaría a un ejemplo más de sus contradicciones, porque si todos los sistemas son lo que suceden en la realidad, entonces parecería que todo puede coexistir en ciertas proporciones, y seguramente el socialismo también podría existir sin tener que destruir el resto de sistemas. En cualquier caso, si unos reciben más que otros no es porque exista una ley que así lo diga, sino porque lo hemos dejado al albur del sistema. Unas veces se paga más al más refinado, pero otras no. Muchas fortunas se han hecho por hombres sin educación alguna. Y otros con educación  están hundidos, y sin propiedades su refinamiento puede incluso ser un obstáculo para ganarse la vida en un ámbiente de iletrados. Y si a alguien se le ocurre que la justificación para pagar según la clase social es debido a que cada clase tiene diferentes necesidades, Shaw nos recuerda que la misma asignación que sirve para alimentar al rey sirve también para alimentar a un trabajador. Algunos trabajadores comen incluso más que el rey. Tampoco se les paga en función de su autoridad ni responsabilidad. "El coronel de un regimiento puede ser el hombre más pobre de la mesa de la cantina". Y "los millonarios que conducen coches caros obedecen a los policías". Indudablemente los poderosos pueden despedir al trabajador, y eso es un poder muy real, pero no es la autoridad que por ley se le otorga a quienes tienen la responsabilidad de gobernarnos.

6ª) EL "LAISSEZ FAIRE"
Esta sería la político de dejarlo todo como está, o más bien que encargue el mercado solo de arreglarlo tal como salga. Esto es una irresponsabilidad de estado, porque ningún estadista en sus cabales rechazaría por principio la opción de planificar o intervenir. "Sería como dejar de barrer la habitación y confiar en encontrarla exactamente igual al cabo de un año." Es la opción del liberalismo económico más puro.


NI POBRES NI RICOS
En cualquier caso, el sistema ideal debería ser capaz de erradicar la pobreza. Y no solo por motivos humanitarios con el pobre, sino porque es perjudicial para el país. Al pobre no se le debería permitir ser pobre, ni aun cuando insistiera en serlo, o se lo ganase a pulso. Nadie se puede permitir la irresponsabilidad de pensar que la pobreza es una merecida condena, porque tiene que haber otras formas de castigo que no sean tan perniciosas para el resto de la sociedad. La pobreza es "una molestia pública además de una desgracia privada." ¿Y los ricos? Podemos definir la pobreza, pero definir un lujo es más difícil. ¿Qué significa tener "lo suficiente"? Los ricos sufren incluso más que los pobres, porque siempre andan preocupados con sus propiedades y con mantener su estatus (no sabría decir hasta que punto Shaw usa la ironía o realmente se cree lo que está diciendo). Siempre necesitan más, pero nadie puede decir cuánto es lo suficiente, así que la mejor solución es darle a cada uno lo mismo.

LA EUGENESIA
La igualdad de la renta obtendría el mismo resultado que se persigue con la eugenesia, pero sin violentar libertad alguna. Los partidarios de la eugenesia quieren tratar a los seres humanos como animales, dirigiendo su reproducción para obtener mejores especímenes. El problema con los seres humanos es que, de nuevo, no nos pondríamos de acuerdo en que modelo de ser humano es al que debemos aspirar. Y aunque nos pusiéramos de acuerdo, dirigir la reproducción es impracticable. Lo mejor es dejar que la naturaleza haga su trabajo.

Algunos dirán que eso es "exactamente lo que hacemos en el presente", pero es precisamente lo que no hacemos en el presente. ¿Hasta qué punto podemos elegir cuando llega el momento de elegir pareja? La Naturaleza puede señalarle una pareja a una mujer haciendo que se enamore a primera vista del hombre que sería mejor para ella, pero a no ser que este hombre tenga más o menos la misma renta que el padre de la mujer, queda fuera de su clase y de su alcance, tanto si es por arriba como por abajo. De este modo la mujer descubre que tiene que casarse no con el hombre que le gusta, sino con el hombre que puede conseguir, y a menudo no son el mismo hombre.
[...] no tienen los mismos modales y hábitos y no es de recibo que personas con modales y hábitos diferentes vivan juntas. Y es la diferencia de renta lo que marca la diferencia de modales y hábitos.[...]
En estas circunstancias nunca conseguiremos una raza bien criada, y todo por culpa de la desigualdad de la renta. Si todas las familias fueran criadas al mismo coste, todos tendríamos los mismos hábitos, actitudes, cultura y refinamiento, y la hija del basurero podría casarse con el hijo del duque tan fácilmente como el hijo de un corredor de Bolsa se casa ahora con la hija de un director de banco. Nadie se casaría por dinero, porque no habría dinero que ganar o perder en un matrimonio. [...] Si en estas circunstancias la raza no mejora, querría decir que es inmejorable.

SOÑAR CON SER RICO: UN INDIVIDUALISMO IRREFLEXIVO

La desigualdad de la renta es el origen de casi todos los males de nuestra sociedad. Desde la obscena diferencia entre ricos y pobres, hasta la guerra, las huelgas, las envidias, rebeliones y resentimientos de clases. La justicia no es igual para todos, por culpa de la diferencia de renta. Los ricos hacen las leyes para sí mismos, no van a hacerla en contra de sus intereses. La información tampoco es libre por el mismo motivo.

[...] los periódicos son propiedad de hombres ricos y dependen de los anuncios de otros hombres ricos. Los editores y periodistas que expresan por escrito opiniones contrarias a los intereses de los ricos son despedidos y sustituidos por otros más obsequiosos. Por tanto los periódicos tienen que seguir el trabajo empezado por las escuelas y las universidades [...] la influencia combinada e incesante del Parlamento, los tribunales de justicia, la Iglesia, las escuelas y la prensa. Se nos educa a todos para que nuestro juicio sea débil a fin de hacernos esclavos dispuestos en lugar de convertirnos en rebeldes.

Si toleramos esto es porque en nuestro foro interno, soñamos con ser ricos. Y también porque no pensamos el coste global, solo pensamos a corto plazo y de manera individual. Nos gusta la vida de los ricos, aunque la envidiemos.

A la gente común irreflexiva le gusta tanta exquisitez. Lee con entusiasmo todo lo que se refiere a ello y observa con interés las imágenes de los periódicos ilustrados, mientras que cuando lee que ha aumentado o disminuido el porcentaje de niños que mueren con menos de cinco años, no ve en ello nada más que una fría estadística que hace que el periódico sea aburrido. Solo cuando la gente aprende a preguntarse: "¿Es bueno para todos nosotros siempre, además de divertirme a mí durante cinco minutos?" está en camino de comprender que una mujer vestida a la moda puede costar la vida de diez bebés.
EL INCENTIVO Y LA SUPERPOBLACIÓN

En los tiempos de George Bernard Shaw había mucho clasismo y muchos pensaban que los pobres merecen su pobreza, y que pagar a todos el mundo por igual, no salvaría a los derrochadores y viciosos de su destino paupérrimo. Shaw desmonta tal argumento con la prueba de que la igualdad de la renta ya es una realidad entre las personas de una misma profesión, sin que ninguna de ellas se haya hecho más rica o más pobre por esa razón. Pero el hecho de que funcione entre profesiones iguales, no es prueba, tal y como Shaw defiende, de que pueda funcionar entre profesiones diferentes.

El principal escollo a su pasión por la igualdad de la renta es el incentivo. ¿Qué pasaría con los trabajos que nadie quiere realizar? Los trabajos sucios por ejemplo. Bueno, muchos trabajos bien pagados y bien considerados, son tan sucios como el de basurero. Los cirujanos, enfermeras, forenses y comadronas realizan un trabajo objetivamente sucio, pero no están mal considerados porque cobran bien. "Si todos los basureros fueran duques, nadie pondría objeciones a la basura", según sus propias palabras.

¿Y qué pasaría con aquellos que desean trabajar más para ganar más? No tendrían incentivo si todo el mundo debe cobrar lo mismo. A esto Shaw responde, que en general los trabajos de la época son en fábricas y dependen de muchos otros trabajadores, y no solo del que quiere ganar más dinero trabajando más tiempo. En cualquier caso el problema con los trabajadores que quieren  trabajar más no es que quieran vivir mejor, sino que no pueden sobrevivir con lo poco que cobran, y por eso necesitan trabajar más.

El mundo es muy diverso y siempre hay gente que le gusta lo más inverosímil. Pero aún así es mucho más fácil encontrar a un chico que quiera ser jardinero que alcantarillero. La solución para igualar el atractivo de las diferentes ocupaciones es el ocio. Los que luchaban por la jornada de 10 horas diarias, no es que quisieran trabajar menos, sino que deseaban más tiempo libre para su familia y sus hobbies. Dar menos horas de trabajo, más vacaciones o una jubilación más temprana a los trabajos menos deseados, podría ser una buena medida compensatoria mientras se mantiene la igualdad de la renta.

La superpoblación también es un obstáculo para que todo el mundo cobre por igual, porque las familias con mayor número de hijos serán necesariamente más pobres que los que tienen menos. Shaw no está de acuerdo con que haya demasiadas personas en el mundo, sino que lo que sobran son personas ociosas y trabajadores perdiendo el tiempo manteniendo a esos ricos ociosos. Cuantos más habitantes, más trabajadores especializados, más eficiencia, más ahorro de tiempo que puede emplearse en construir máquinas que maximicen los beneficios. Las cabezas pensantes que dirigen, tan necesarios como los peones, tienen más mano de obra con la que todo crece exponencialmente. Pero, por supuesto que habrá un límite para la naturaleza, en el que ya no podemos producir más alimentos para todo un mundo superpoblado. En ese punto, al que todavía no hemos llegado, Shaw propone algo que le repugna pero que considera necesario: la contracepción. Los motivos por los que detesta el control de la natalidad, o por los que considera el aborto una práctica criminal (no se sabe si se refiere a abortos forzosos o libres), ni los explica ni posiblemente estuviera dotado del conocimiento que tenemos hoy en día para emitir nuestras opiniones.

Mueren muchos más niños de las clases inferiores que de las superiores, y la Naturaleza, en su misterioso saber parece que lo remedia haciendo cada vez más prolíficos a los pobres que a los ricos, aunque estos no practiquen el control de la natalidad. Y precisamente guiándose por esa sapiencia misteriosa, Shaw concluye que "el camino más sensato es mejorar la condición del mundo y esperar a ver lo que ocurre". Una vez más, su criterio adolece de rigor científico, ya que ni siquiera hace mención a la teoría malthusiana ni por supuesto a sus posteriores detractores.


LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES NO EXISTE

Hay una gran cantidad de personas que se califican de socialistas y que no saben con claridad y cabalmente lo que es el socialismo, que se sorprenderían y horrorizarían si les dijera que usted está a favor de repartir la renta del país de manera equitativa entre todos sin hacer distinción alguna entre nobles y jornaleros, niños lactantes y adultos capaces, borrachos y abstemios, arzobispos y sacristanes, pecadores y santos. Le asegurarían que todo eso es una mera ilusión ignorante del hombre de la calle y que ningún socialista culto cree en una absurdidad tan insensata. Lo que quieren, le dirán, es una igualdad de oportunidades, por lo que supongo que entienden que el capitalismo no importaría si todo el mundo tuviera las mismas oportunidades de llegar a ser capitalista, aunque no pueden explicar cómo puede establecerse la igualdad de oportunidades si no hay igualdad de renta. La igualdad de oportunidades es imposible.

LA RECTITUD PERSONAL Y LA CARIDAD NO SON EJEMPLOS DE SOCIALISMO

Recibimos una educación tan individualista que nos incita a pensar que, una vez convencidos de la necesidad de igualar la renta del país, debemos predicar con el ejemplo y mostrar coherencia entre nuestros planes políticos y nuestra vida doméstica. Pero a Shaw le parecen pueriles esas polémicas de si un ministro socialista debe tener coche o si debe vender todas sus pertenencias para comenzar a hacer socialismo en su propia casa. El socialismo es fundamentalmente una cuestión de derecho. Solo cuando el estado sea "propietario, financiero y empresario nacional" podrá organizar el trabajo y la renta, y lo hará por ley. La pobreza será prohibida y perseguida, no se permitirá a una persona ser pobre ni aunque quiera. Y la caridad tampoco es vista con buenos ojos, porque ensalza el sentimentalismo relegando a un segundo plano el compromiso de cambiar las cosas.

A menudo conciben el socialismo como una empresa caritativa en beneficio de los pobres. Nada puede estar más lejos de la verdad. El socialismo aborrece la pobreza y suprimiría a los pobres. La primera cualidad de un buen socialista igualitario es una aversión y desaprobación sinceras de la pobreza como tales. En el socialismo, se perseguiría a una persona por ser pobre como ahora se la persigue por ir desnuda. El socialismo detesta la caridad, no solo por motivos sentimentales, porque llena de orgullo a los donantes, de humillación a los pobres y a ambos de odio, [...] Aquellos a quienes gusta el papel de buen samaritano deberían recordar que no puede haber buenos samaritanos sin ladrones. Los salvadores y los redentores pueden ser figuras espléndidas en las hagiografías y los romances pero, como no podrían existir sin pecadores ni víctimas, son malos síntomas.
Las virtudes que se nutren del sufrimiento son muy cuestionables. Hay personas que rondan siempre los hospitales, sociedades benéficas, centros de socorro y organizaciones similares, pero, si se eliminara la necesidad de sus acciones benéficas, podrían dedicar su energía a mejorar sus cualidades y aprender a ocuparse de lo suyo. En el mundo siempre habrá necesidad de bondad, pero no debe desperdiciarse aplicándola a evitar el hambre y las enfermedades que pueden prevenirse. Mantener la existencia de estos horrores a fin de ejercer nuestra solidaridad es como incendiar nuestra casa para que las brigadas de bomberos puedan ejercitar su vigor y osadía. Es la gente que detesta la pobreza, no la que se solidariza con ella, la que acabará con ella. La caridad, aunque no puede interrumpirse en el presente ya que sin ella tendríamos motines a causa del hambre, y posiblemente revoluciones, es un mal.
EL CAPITALISMO
Llamar capitalismo al sistema que acumula capital no está mal, pero induce a pensar que los que se oponen al mismo quieren destruirlo. Lo que quieren los socialistas es dirigir ese capital, sin el cual no sería posible el progreso. Quieren que la decisión de cuanto pagar a cada a cada uno y de cuando cerrar una empresa porque ya no es rentable depende de un dueño colectivo; el pueblo y sus intereses. El capitalismo presupone que debido a una supuesta naturaleza humana, egoístamente incorregible, solo nos queda la opción de que unos propietarios privados, luchando por sus intereses consigan hacer progresar al país, aún a riesgo de ciertos abusos que derivan de su egoísmo. El papel del estado en dicho sistema se limitaría a garantizar la legalidad de un derecho privado que garantice la propiedad privada de la tierra y el capital. El socialismo está en contra de la propiedad privada real, no contra la propiedad personal que son nuestros bienes habituales. La diferencia la explica con el ejemplo del paraguas. El que tiene un paraguas no es en realidad una posesión real con la que puede hacer lo que le plazca. No puede pegar a la gente con el paraguas, es decir, tiene ciertas limitaciones en su uso. Sin embargo con la tierra, debido a que la ley la establece como una propiedad real, puede echar de su casa a una mujer con su hijo recién nacido. Eso nunca sucedería en el socialismo, porque el socialismo está a favor de propiedades personales, pero en contra de propiedades privadas.

En realidad el capital es simplemente el dinero sobrante que queda tras haber satisfecho las necesidades básicas. Hay quien piensa que la esencia del capitalismo es ahorrar y guardar el dinero en un calcetín y así convertirse en capitalista. Pero el dinero guardado es perdido, hay que gastarlo. Esto es difícil de entender; si por ejemplo, guardas el dinero para cuando lo necesites en el futuro, parece una medida sabia. Pero no podemos olvidar que el dinero no tiene valor por sí mismo, solo es un medio para conseguir subsistir comprando alimentos. Los alimentos son perecederos, y el valor del dinero se devalúa constantemente. A veces en diez años, o a veces en minutos si se está en guerra. La clave está en gastarlo y aumentar su renta al hacerlo.

¿Cómo puede conseguirse eso? Con la inversión. Si con lo que te sobra de una cena, invitas a alguien a cenar con el compromiso de que ese alguien te devuelva otra cena dentro de un año, habrás dado uso a tus sobras (que de otra manera se pudrirían) y te aseguras una cena para el futuro. No nos podemos fiar de que los pobres puedan cumplir su compromiso, pero hay muchas personas ricas (los banqueros saben encontrarlas) que quieren excedentes de comida no para sí, que ya tienen con lo que alimentarse, sino "para alimentar a los hambrientos en los que no se puede confiar, no con la esperanza de que les devuelvan la invitación al año siguiente, sino para que hagan inmediatamente algún trabajo que más adelante producirá dinero."

Ese es el sentido de la inversión capitalista. Una inversión imprescindible para el progreso, pero que en ningún modo tiene que ser forzosamente privada. Los inversores privados no invertirán en servicios importantes para la población ni en aquellos que no pueden explotar, y de los que sí pueden explotar solo lo harán con los más rentables a corto plazo. Eso no sucedería si la inversión estuviera en manos del estado. Con la inversión tecnológica sucede lo mismo. La mejora de la revolución industrial, de la especialización y del abaratamiento de producir las cosas es obvia, pero el hecho de que no siempre nos beneficiemos de dicha mejora es culpa del capitalismo, no de la capitalización.

EL AUTOR SE DECLARA CAPITALISTA CONVENCIDO DEL SOCIALISMO

No hace falta que usted tenga el mismo desconocimiento de mí que yo de usted y será mejor que sepa con quién está tratando. Yo soy propietario y capitalista, [...] Yo me opongo a la desigualdad de la renta no como persona con una renta pequeña, sino como alguien con una renta mediana alta. Pero se lo que es ser proletario, y además pobre.[...] Yo conozco por experiencia personal todas esas carencias, excepto el hambre de verdad y la falta de techo, que nunca debería experimentar nadie. Si digo que las uvas están verdes, no debe sospechar que es porque están fuera de mi alcance: las tengo en mis manos, maduras y sabrosas.

EL PRECIO DE LAS COSAS, LOS IMPUESTOS Y EL SOCIALISMO REAL QUE SE PRÁCTICA EN PAÍSES CAPITALISTAS.

Debido a que debemos costear el beneficio del capitalista pagamos las cosas a un mayor precio del que valen. Con la nacionalización evitaríamos ese sobrecoste. La nacionalización prorratea el coste de los productos más costosos con los más baratos y ofrece al consumidor un precio prorrateado. El autor pone como ejemplo de negocio nacionalizado el servicio de correos, junto con otros muchos que nadie cuestiona, pero que están igualmente nacionalizados y funcionan perfectamente, pero que no se quiere airear no vaya a ser que cunda el ejemplo y la gente piensa en la opción de nacionalizarlo todo, como pretende el autor. Las cartas a entregar en pueblos lejanos son muy costosas, y las que se entregan a dos manzanas de su procedencia, apenas generan gasto alguno. Por eso se prorratea el gasto y se cobra por igual. Pero como la mayoría de las empresas no están nacionalizadas, como es el caso del suministro del carbón, los propietarios ponen el precio más alto para compensar los gastos de, en este caso, los costes mayores de extracción en aquellas minas con dificultades. Nunca se les ocurre poner el precio que se deriva de las minas con extracciones más sencillas. Ni por supuesto, subir el sueldo a los mineros en donde el carbón es más caro. En resumen, se aprovechan de esa diferente contabilidad, para quedarse con el mayor precio y así aumentar sus beneficios a costa del consumidor, que siempre paga el mayor de los precios.

El mejor ejemplo de cómo funcionan los precios bajo el socialismo son los impuestos. Con los impuestos uno paga exclusivamente el coste de producción. No hay necesidad de recaudar beneficios para dárselos al capitalista. Los impuestos tienen un espíritu socialista sean del país que sean. Tanto es así, que el hecho de que los impuestos sean progresivos, es decir, que paga más el que más tiene, tiene su máxima expresión en la recaudación por el impuesto de la renta. Nadie se para a pensarlo, pero esto es puro socialismo según Shaw. Y la aceptación popular de estas medidas solo se explica porque no se evita calificarlas de socialistas, pero lo son. Los ricos pagan al gobierno más que los demás, por pura coacción, solo por ser ricos, y sin ninguna compensación. Pero más allá de esta teoría fiscal, el mundo está muy lejos de acercarse al socialismo. Incluso los impuestos, son a menudo producto de unos servicios que el estado tiene que comprar a unos proveedores capitalistas que han recargado sus precios y que nos son repercutidos. Por no hablar de los impuestos indirectos, que pagan por igual ricos y pobres, en el momento de la compra. Aún así los impuestos y tasas son necesarios, aunque puedan desviarse de su esencia socialista y explotar al pequeño contribuyente en algunos casos.

LA GLOBALIZACIÓN Y EL IMPERIALISMO SON MUY VIEJOS

Cuando leemos algunas páginas de este libro, nos da la impresión de que la historia de repite una y otra vez. El dilema de dejar que una empresa se vaya al extranjero para abaratar costes ya existía antes de que ninguno de nosotros hubiese nacido, ya se decía que "el capital no tiene patria ni conciencia". Shaw contempla la hipótesis de que si la renta que vuelve al país es mayor que la inversión que salió de él, entonces la operación mereció la pena. Pero aduce que una vez que los trabajadores fabriles se quedan sin trabajo porque los capitalistas se lo han llevado fuera, se ven forzados a reconvertirse a otras profesiones de segunda clase, como niñeras o vendedores de sombreros, que no ayudan a alimentar a un país.  Por ejemplo una trabajadora textil cuya fábrica cierra, querrá que su hija no caiga en la misma desgracia y optará por enseñarla a ser niñera.

Es posible que, con el tiempo, su hija llegue a tener un sueldo mejor, vaya más bien vestida, se comporte como una señorita y reciba un trato más considerado del que recibía usted cuando trabajaba en la vieja fábrica. Es posible que usted llegue a dar gracias a Dios de que un indio, un chino, un negro o un extranjero cualquiera hagan el trabajo que antes hacía usted y de ese modo haya dado libertad a su hija para hacer algo que se considera mucho más delicado y está mejor pagado y más respetado.

Cuando un país pasa a ser dependiente de los trabajadores de otro país, se pueden encontrar con la difícil situación que una vez que los trabajadores de fuera decidan independizarse, los trabajadores de dentro ya habrán olvidado cómo realizar sus profesiones más importantes para alimentarse. Será un país ocioso y lujoso, que no podrá comer porque ha olvidado el arte de alimentarse a sí mismo.

Cuando llegue una situación así la masa de hombres se volverá violenta debido al hambre. "Un hombre que ha comido nunca se vuelve un revolucionario: su política es pura conversación". Para frenar esta ola de violencia se inventó el subsidio de desempleo, según la peculiar interpretación del ilustre escritor irlandés. Otra solución alternativa cuando el paro no es suficiente (porque entre otras cosas, algunos trabajadores pueden volverse adictos al subsidio y parásitos del sistema), es la subvención de la emigración; hacer que los hambrientos se vayan a otro país.

Pero invertir dinero fuera de nuestras fronteras implica que también tenemos que llevar a nuestros ejércitos a donde esté el dinero para resguardarlo de piratas que se lo apropien. Y así es como nacieron los imperios, fue una necesidad comercial, es decir, la construcción de nuestras fronteras va a la zaga de las necesidades de nuestros capitalistas. Por ejemplo la I Guerra Mundial fue culpa del capitalismo y las alianzas que se forjaron para defender intereses comerciales.

La horrible guerra de 1914-1918 fue en el fondo una lucha por la supremacía en los mercados africanos entre los capitalistas de Inglaterra, Francia e Italia por un lado, y los de Alemania por el otro. Además, evidentemente, había otros motivos: Austria se sirvió del pretexto del asesinato del archiduque para subyugar a Serbia; Rusia se movilizó contra Austria para impedirlo; Alemania fue arrastrada a la disputa austrorusa por su alianza con Austria; Francia se vio arrastrada hacia el otro lado por su alianza con Rusia; [...] Desde luego en el momento en que se disparó el primer tiro, todos los británicos, belgas, alemanes, franceses, austriacos y rusos se convirtieron en carneros rabiosos e imaginaron todo tipo de razones románticas para justificar su lucha.[...] cuando por fin estalló esta mezcla explosiva y se llevo consigo a millones de personas, resultó que no era por los mercados africanos sino por una disputa relativamente nimia entre Austria y Serbia que las demás potencias podían haber resuelto con la máxima facilidad sin derramar una sola gota de sangre si hubieran mantenido unas relaciones humanas decentes en lugar de estar inmersas en una rivalidad capitalista.[...] Es absurdo suponer que los jóvenes de Europa deseaban cazarse los unos a los otros en madrigueras bajo tierra y lanzarse bombas para despanzurrarse [...] Los capitalistas y sus periódicos intentan convencerse a sí mismos y a nosotros de que somos así y siempre seremos así, a pesar de las felicitaciones que nos mandamos por Navidad y de todas las Sociedades de Naciones. No es verdad.


El capitalismo “en su origen tenía muy buenas intenciones”, y sin duda mucho mejores que el cristianismo primitivo que consideraba este mundo como un valle de lágrimas por el que transitar para gozar solamente en el más allá. Adam Smith es mucho mejor guía que San Pablo. No es que los capitalistas deseen la guerra, no hace falta recurrir a una distorsión que pinte a los capitalistas de monstruos sedientos de sangre.

Es más adecuado compararlos al aprendiz de brujo que invocó al demonio para que le llevara una bebida e, ignorando el hechizo para detenerlo cuando ya le había llevado suficiente, se ahogó en un océano de vino.
LA CLASE MEDIA Y EL SOCIALISMO

Si la especialización del trabajo ha sido la causa de que la ignorancia se haya generalizado, dejando huérfanas profesiones olvidadas y faltando personal que sepa como operar con las nuevas máquinas de la revolución industrial, resulta que debe haber una tercera clase que no son los capitalistas ni los obreros, que sean capaces de dirigir el negocio. Esa clase es la clase media que hace el trabajo administrativo y de dirección, además de otras profesiones liberales y artísticas. Aquí se incluyen también a los hombres de negocios que son los que median entre los capitalistas y los obreros, para que ricos y pobres puedan seguir en su situación y todo funcione según el sistema de explotación capitalista. Shaw se adentra en la génesis de esta clase, y concluye que son los que dirigen el cotarro porque son los más capacitados para esa labor.

Sin embargo, y pese a la valiosa utilidad de los empresarios para hacer que todo funcione, no tienen el poder. Lo tenían en el pasado, pero en la actualidad (pensando en la época de Shaw) han perdido bastante poder en favor de las grandes sociedades anónimas. Así pues, los verdaderos dueños son los promotores, los accionistas de empresas tan grandes, que ya ni sus dueños conocen el negocio. Se trata de financieros e intermediarios que jamás han empleado a un obrero ni han pisado una fábrica. Los empresarios tradicionales han pasado a ser trabajadores de los financieros. Esta clase media que empieza a darse cuenta de que puede sucumbir, no solamente ella sino todo el sistema, es la que piensa socialmente, la que piensa en socialismo.

Ahora bien, lo más significativo de la sociedad socialista a la que me alisté era que los miembros pertenecían todos a la clase media. De hecho sus líderes y directores pertenecían a lo que a veces se llama clase media alta, es decir,  eran o bien profesionales liberales como yo mismo (había huido de la oficina a la literatura) o miembros de la división superior del servicio civil. [...] En realidad, era bastante natural e inevitable. Karl Marx no era un obrero pobre: era hijo de un abogado judío que había recibido una buena educación. Su colega casi igual de famoso, Friedrich Engels, era un empresario próspero. Precisamente porque habían recibido una educación liberal y les habían enseñado a pensar cómo se hacen las cosas en lugar de limitarse al penoso trabajo manual de hacerlas, esos dos hombres, [...] fueron los primeros que vieron que el capitalismo estaba reduciendo a nuestra propia clase a la condición de un proletariado y que la única posibilidad de asegurar algo más que la parte del esclavo en la renta nacional para todo el mundo, y no para los grandes capitalistas, los profesionales más inteligentes o los negociantes, era reunir a todos los proletarios sin distinción de clase o país para poner fin al capitalismo desarrollando el lado comunista de nuestra civilización hasta que el comunismo se convirtiera en el principio dominante de la sociedad y la simple posesión, usura u ocio fueran inhabilitados y desacreditados. [...] La forma existente de organización de la clase obrera era el sindicalismo. El sindicalismo no es el socialismo: es el capitalismo del proletariado.

NIÑOS Y MUJERES

Según Shaw, el abanderado de la lucha contra la explotación infantil no es Marx, sino un noble conservador llamado lord Shaftesbury. Shaftesbury, por motivación religiosa, consiguió el apoyo de otros empresarios virtuosos para lo que se denominó "leyes fabriles", que venían a ser una serie de regulaciones para adecentar el trabajo en las fábricas. Por supuesto muchos empresarios también se opusieron, pero lo curioso es que también encontraron oposición en muchos trabajadores que veían como los pocos peniques sus hijos podían traer a la mesa, eran prohibidos, hundiendo más y más a la familia en la miseria y el hambre.

Las mujeres fueron peor tratadas bajo el capitalismo. Solo podían vender su fuerza de trabajo si aceptaban cobrar menos que un hombre. Y si se quejaban les decían que había otras muchas que estaban dispuestas a aceptar de buena gana ese ínfimo salario... palabras que tienen una terrible similitud en la crisis actual. Este sistema produjo mujeres que eran empujadas al matrimonio como medio de subsistencia, ya que nunca conseguirían salir a flote por si solas.

EL NACIMIENTO DE LOS SINDICATOS

Era muy difícil aunar fuerzas entre trabajadores de diferentes sectores, con diferentes salarios. Su fuerza era nula. Pero pronto surgieron alianzas sindicales entre obreros de industrias con muchos asalariados, como los mineros o los fundidores de metal. Se reunían y hacían presión, y una vez resuelta la situación se disolvían. Más tarde pensaron que sería mejor tener cierta permanencia, y recoger dinero para constituir un fondo con el que resistir cuando quisieran reducirles el sueldo y se declarasen en huelga. Los empresarios suelen esperar a que se gaste el fondo y los obreros vuelvan a trabajar. Pero a veces el negocio va tan bien que les resulta más barato ceder a sus reivindicaciones, y solo cuando el negocio vaya mal plantear medidas de abaratamiento de sueldos. Así que unas veces ganan y otras pierden en un ciclo incesante de huelgas y cierres patronales que se repite sin cesar. En cualquier caso, esta fuerza solo es efectiva si se consigue una gran adhesión. Por eso los obreros veían muy mal a sus compañeros que no se unían, y surgió un odio feroz contra esquiroles y rompehuelgas que llevó incluso a acciones violentas de unos trabajadores contra otros.

De esta lucha de intereses, el capitalismo espera que salga lo mejor de cada uno, como una pelea de gallos en la que gana el más fuerte. Tarde o temprano esta batalla por la supremacía nos llevará a un callejón sin salida con final incierto, y tan solo si la sensatez se impone los trabajadores recurrirán a una visión socialista más global, aunque no sepan realmente lo que significa. Obviamente el poder intentó ilegalizar los sindicatos, pero lo único que consiguió fue promocionarlos más todavía. La explicación de cómo se consiguió que los parlamentos apoyaron a los proletarios requiere de más tiempo, pero básicamente la lucha se suscitó entre liberales y conservadores fue aprovechada por los proletarios para crear no solo sindicatos, sino un partido laborista.

CÓMO FUNCIONA EL MERCADO DEL DINERO

De igual manera, imposible de abordar en pocas líneas, Shaw se explaya en ejemplos domésticos que explican la génesis de la bolsa y las operaciones de compra venta de acciones, el mercado del dinero y cómo funciona un banco, el interés negativo, los préstamos con responsabilidad limitada (solo en el caso de perdidas, no en el de ganancias), el error de cerrarle el crédito a los ricos y la importancia de mantener estable el precio del dinero, la inflación y la deflación, cómo se pagó la guerra con dinero prestado que después de adeudaba a los ricos, la eliminación de la deuda nacional, etc...

Y aproximadamente hacia mitad del libro, llega al asunto de la nacionalización de la banca, que según Shaw era algo sencillo e inevitable porque incluso los hombres de negocios apostarían por ella cuando se dieran cuenta de que una banca nacionalizada les prestaría dinero a un interés más bajo. No habría tampoco demasiados obstáculos por parte del gobierno a la hora de indemnizar a los banqueros (por cierto, confiesa que su mujer era accionista bancaria, y que tendría que deshacer de un negocio privado que pasaría a ser ilegal), porque el dinero la compensación que el gobierno necesitase se sacaría de impuestos sobre rentas capitalistas. Es decir, el gobierno estaría compensando sin necesidad de rascarse el bolsillo, ya que la compensación la paga la clase adinerada en su conjunto. Si es que la paga, porque también pueden pagar con la cesión de sus derechos como accionistas, y así el gobierno sería titular de sus acciones sin necesidad de ocasionarle un gasto pecuniario a nadie.
Es muy importante que comprenda usted este extraño proceso, que parece perfectamente justo y natural. Explica cómo los gobiernos compensan sin compensar realmente y cómo esta compensación no cuesta nada a la nación por ser en realidad un método de expropiación.[...]
Tal vez algunas señoras lo verán todo más claro si les planteo una causa imaginaria en cifras. Supongamos que el gobierno quiere adquirir un terreno que en el mercado tiene un valor de mil libras. Supongamos que reúne esta suma, no por medio de impuestos a la nación, sino gravando la renta de un centenar de terratenientes ricos, entre ellos el propietario del terreno, y haciendo pagar a a cada uno diez libras. A continuación, el gobierno toma el terreno y solemnemente entrega mil libras a su anterior propietario, diciéndole que no tiene de qué quejarse, porque le ha pagado el terreno según el valor del mercado en lugar de arrebatárselo violentamente de una manera revolucionaria, como los bolcheviques quitaron la tierra a los terratenientes rusos en 1917. Nada puede ser más razonable, constitucional y habitual.
Los proletarios que viven de ricos improductivos y ociosos tienen un trabajo cuya producción está falseada. Son parásitos de los parásitos. Es decir si la actividad de esos ricos desaparece también desaparecen los trabajos de sus proletarios dependientes, y serían incapaces de adaptarse porque el mundo del ocio y la improductividad ya no existiría. Es decir, podemos eliminar la improductividad de los ricos a través de la nacionalización, pero dejaríamos en la calle a muchas personas que solo les quedaría como opción morirse de hambre o robar. Por eso Bernard Shaw no es partidario de una confiscación a lo loco, sin ton ni son, sino que primero demanda "una preparación para el empleo productivo inmediato". Se puede confiscar, pero debe hacerse cuando se tenga una industria preparada para asumir a todos los que queden en la calle tras la confiscación a los ricos: no solo a los parásitos, sino a los parásitos de los parásitos, por usar sus mismos términos.

LA IZQUIERDA PARLAMENTARIA: SINDICALISMO FRENTE A SOCIALISMO

La diversidad de los partidos políticos parece ser, según Shaw, un vicio más que una virtud, porque puede hacer el Parlamento ingobernable. Sin embargo, tampoco parece contento con la idea de dos grandes partidos que lo monopolicen todo y critica los rodillos parlamentarios. No parece conforme con ninguna opción parlamentaria, quizás por eso tentaba a las opciones extraparlamentarias. De todas formas concluye que los que deciden qué partido gobierna suelen ser los indecisos, y que mientras el partido de izquierdas se pelea entre sí, los conservadores se aferran a su objetivo de que todo siga como está. Por eso aboga por la infidelidad al partido, la gente tiene que saber que unos y otros tienen sus intereses, y que si defendemos el interés común, en algunos momentos tendremos que apoyar a uno y en otros momentos a otros. Sorprende que ya en 1928 se pensara así, y que esté tan vigente.

El partido de izquierdas, el laborista, está formado por dos secciones. La de los socialistas, y la de los sindicalistas. Shaw piensa que los sindicalistas solo quieren para sí una parte mayor del pastel, mientras que los socialistas piensan globalmente y someten todo a las necesidades del pueblo, por encima de las de las clases superiores, pero también por encima de las de las clases trabajadoras. Por eso encuentra una contradicción entre un partido que siendo socialista, no puede tolerar la ociosidad, y por otra parte un sindicalismo que tiende de manera natural a arañar más tiempo libre para sus miembros. En ocasiones, como por ejemplo en las huelgas, esa tendencia debe convertirse en un derecho. Pero como todo derecho, debe tener un límite y ese es el peligro de hundir a un país con una huelga general, a la que califica de suicidio nacional en un par de ocasiones. En 1927 tuvo que aprobarse una ley para prohibir las huelgas solidarias, ya que según Shaw, había sindicatos muy amplios que englobaban a trabajadores de diferentes profesiones que se unían y podían paralizar el país hasta causar daños irreparables al conjunto de la sociedad. Son según sus palabras, "guerras civiles entre el capital y el trabajo en las que todo el país sufre." La solución ideada por nuestro insigne autor es un servicio social obligatorio.

LA EDUCACIÓN: RELIGIOSA, SOCIALISTA Y SIN COACCIÓN

Tampoco en la cuestión de la educación religiosa aparece estar contento con ninguna opción, porque de una parte critica el proselitismo de los padres que "dan por sentado que tienen derecho a dictar la religión de sus hijos". Pero de otra parte considera la educación laica como vacía de moral, y a la educación religiosa como un faro moral, y por tanto que hay que darles a los niños "alguna razón para comportarse bien cuando nadie los mira". Más allá de la utilidad de la religión, cuando los niños se dan cuenta de que los castigos divinos a veces no llegan nunca o están muy lejanos en otro mundo, Shaw confiesa que es necesario explicarles a los niños "la verdad definitiva de la cuestión, que es que hay algo misterioso que se llama alma".

Estas palabras, y otras metáforas y reflexiones que aparecen en el libro me llevan a pensar que no es muy acertado que se le clasifique como ateo, como he visto en varias ocasiones.

Denuncia el peso de la religión y sus tentáculos en el estado, pero se burla de su eficacia por ser algo que el pueblo no se toma en serio, salvo algunos devotos minoritarios.

Puede cuestionarse si el 1% de la población que cree ser miembro de la Iglesia de Inglaterra, que envía a sus hijos a la fuente bautismal, a la confirmación y a las escuelas, y que asiste regularmente a los servicios litúrgicos, sabe o le importa saber a qué se compromete con sus dogmas o artículos, o si los lee y cree como lee y cree el periódico de la mañana.
Shaw considera el marxismo un tipo de religión, y que en Rusia se venera a Marx como si fuera Dios, y "El Capital" como si fuera la Biblia. Hace una elaborada defensa de Marx y a renglón seguido nos advierte de que el marxismo no es una buena guía para un gobierno. Estas contradicciones son salvadas con elegancia.

El gobierno ruso sabe que una actitud meramente negativa hacia la religión es imposible políticamente y, en consecuencia, enseña a los niños una nueva religión llamada marxismo, [...] Toda valentía es religiosa: sin religión somos unos cobardes. [...] un peligro  contra el cual debe estar en guardia. El socialismo puede predicarse no como una reforma económica de largo alcance, sino como una nueva Iglesia fundada a raíz de una nueva revelación de Dios a través de un nuevo profeta. [...] En Rusia, tarde o temprano, el Estado tendrá que romper la autoridad temporal de la Iglesia marxista y arrancarle la política de las manos.[...] Pero hasta entonces, la Iglesia de Marx, la Tercera Internacional, creará tantos problemas como los crearon anteriormente los Papas.[...]
A pesar de todo, nuestro rechazo protestante de la autoridad de la nueva Iglesia marxista no nos hará olvidar que si la Biblia marxista no puede ser tomada como guía de estrategia parlamentaria, lo mismo puede decirse de estos documentos revolucionarios llamados Evangelios. No por eso quemamos los Evangelios ni llegamos a la conclusión de que el predicador del Sermón de la Montaña no puede enseñarnos nada, y tampoco deberíamos quemar Das Kapital y prohibir a Marx por ser un autor sin valor a quien nadie debería leer. Marx no alcanzó su gran reputación por nada: es un gran maestro y los estadistas que todavía no han aprendido sus lecciones serán peligrosos. Sin embargo, aquellos que realmente han aprendido de él,  en lugar de adorarlo como si fuera un profeta infalible, no son marxistas, como tampoco lo era Marx en persona.[...]
[...] le aseguro que puede usted ignorar con toda confianza a las personas que hablan con desprecio de Karl Marx por ser farsantes que nunca lo han leído o incapaces de comprender su gran altura mental. No vota nunca por personas así. No obstante, tampoco debe votar a un fanático marxista, a no ser que pueda encontrar a uno lo bastante joven y agudo para abandonar el marxismo después de un poco de experiencia, como hizo Lenin.

Pero sin duda piensa que los valores básicos de todo ciudadano ("la creencia en la sociedad") deben inculcarse desde el principio:

También sería perseguida por sediciosa y blasfema la doctrina de que nuestra vida en este mundo es solo un breve episodio preliminar a la vida futura y que no importa lo pobres, desdichados o enfermos que seamos en este mundo porque, si sufrimos pacientemente, seremos gloriosamente compensados en el próximo. [...] La creencia en la sociedad debe imponérsenos de pequeños, porque es como montar a caballo o leer música. Nunca pueden hacerlo con plena naturalidad los que intentan aprenderlo de adultos, y la fe en la sociedad, para ser realmente eficaz, tiene que ser como una segunda naturaleza para nosotros.
Pero sus planteamientos zozobran con demasiado capricho para mi gusto. Personalmente soy partidario de una educación obligatoria para los niños, ya que de niños solo queremos jugar y perder el tiempo, aunque en ese momento no lo vemos como una pérdida de tiempo... eso solo viene más adelante cuando ya es tarde. Me resulta tan obvio que el avance del mundo se optimiza con una buena educación que no necesito pensar mucho más en ello, y tampoco voy a poner pegas a la libertad del niño al que obligamos a estudiar. Habría que ver a que edades se está refiriendo Shaw, porque si lo que critica en el siguiente párrafo es la imposición de una carrera en edad adulta, estaré de acuerdo con él. Pero habla de niños, y a determinadas edades no sabemos lo que es mejor para nosotros. Lean el siguiente párrafo sobre respetar la individualidad del niño y saquen sus propias conclusiones:

Cuando el niño haya aprendido su credo y catecismo social, y sepa leer, escribir, contar y utilizar las manos, en suma, cuando esté cualificado para abrirse camino en las ciudades modernas y hacer un trabajo útil, será mejor que encuentre por sí mismo el camino para cultivarse más ampliamente. Si es un Newton o un Shakespeare aprenderá el cálculo o el arte del teatro sin que se le tenga que hacer tragar a la fuerza: lo único necesario es que tenga acceso a libros, maestros y teatros. Si su espíritu no quiere cultivarse, debe dejársele en paz sobre la base de que él sabe lo que es mejor para él. [...] Intentar convertir a todo el mundo en atletas campeones es tan idiota como intentar convertirlos a todos en académicos irlandeses.

ANTI-REVOLUCIONARIO

Su oratoria radical contrasta con sus posiciones prácticas. De unos planteamientos utilitaristas y una supeditación al fin socialista cabría esperar que apoyase cualquier revolución que pasara por encima de quien fuera necesario, y sin embargo no es así. George Bernard Shaw no creía en la revolución. Pero si lo pensamos bien no hay ninguna contradicción en su forma de pensar, ya que la objeción revolucionaria sigue teniendo un sesgo utilitarista. Esto es, es contrario a las revoluciones porque no solucionan nada. Tras una revolución, ya sea pacífica o sangrienta, estaríamos igual de lejos del comunismo, y para muestra expone el caso de la revolución rusa.

El caso de Rusia nos sirve de ilustración. Después de la gran revolución política de 1917 en aquel país, la victoria de los comunistas marxistas fue tan completa que pudieron formar un gobierno mucho más poderoso que el que jamás había tenido el zar. [...] este nuevo gobierno ruso no sabía qué hacer y, después de intentar todo tipo de experimentos de aficionado que no llevaron más que a simular que había comunismo donde no había nada más que el colapso del capitalismo, y de dar tierra a los campesinos, que inmediatamente insistieron en convertirla nuevamente en propiedad privada, tuvo que retroceder apresuradamente y dejar la industria del país a patronos privados [...].

Así que aunque la revolución rusa sirvió para inspirar al pueblo moralmente y dignificarlo, lo cierto es que entregó el país a las manos de una masa incapacitada para gestionar y sedienta de venganza. Y sobre todo, seguía existiendo desigualdad de renta que hacía peligrar los logros que habían alcanzado y:

[...] no ha establecido todavía tanto comunismo real como tenemos en Inglaterra y ni siquiera ha elevado los sueldos rusos al nivel de los ingleses.
La explicación es que el comunismo solo puede extenderse como se extiende el capitalismo, es decir, como un desarrollo de la civilización económica existente y no mediante un derrocamiento absoluto de ella. Lo que se propone no es la destrucción de las utilidades materiales heredadas del capitalismo, sino una nueva manera de gestionarlas y distribuir la riqueza que producen. Ahora bien, en Rusia, el capitalismo no se había desarrollado hasta alcanzar una condición de madurez necesaria para la socialización; por consiguiente, los bolcheviques comunistas victoriosos en 1917 se encontraron sin una industria capitalista altamente organizada sobre la cual construir. Tenían en las manos un enorme país agrícola con una población de campesinos poco civilizados, ignorantes, iletrados, supersticiosos, crueles y hambrientos de tierra.[...]
Nosotros construiremos el capitalismo antes de poder convertirlo en socialismo.[...] Este es el motivo por el que los socialistas que saben de qué se trata están siempre en contra del derramamiento de sangre. [...] Pasar por la guillotina a cuatro mil personas en dieciocho meses durante la Revolución Francesa dejó a la gente más pobre que antes, [...]. El capitalismo no solo ha producido tugurios sino también palacios y villas maravillosas, no solo talleres miserables sino también fábricas de primera, astilleros, barcos de vapor, cables submarinos, servicios que no son solo nacionales sino internacionales, y muchas cosas más. También ha producido una gran cantidad de comunismo, sin el cual el capitalismo no podría existir ni un solo día (no hace falta que repasemos los ejemplos dados: las carreteras, los puentes, etcétera). ¿Qué socialista sensato podría desear una guerra civil que destruyera todo esto o parte y dejara a su partido, aunque fuera victorioso, una herencia de ruinas ennegrecidas y cementerios de resentimiento? [...] Destruirlas equivaldría a arruinar las perspectivas del socialismo.
Los gobiernos socialistas, por otro lado, promueven la adquisición de tierras para la nación a expensas de los capitalistas con la máxima dureza y rapidez posible y se oponen ferozmente a su reventa a individuos privados, pero a menudo tienen que retroceder, e incluso devolverla, como les ocurrió a los soviets rusos, por la necesidad inexorable de mantener la tierra y el capital en uso constante y activo. Si el gobierno se queda una hectárea de tierra fértil o una tonelada de sustento (capital) que no están preparados para cultivar o para alimentar con él el trabajo productivo inmediatamente, tanto si le gusta como si no, tiene que volver a venderlas a manos privadas y desandar el paso hacia el socialismo que había dado sin estar lo bastante preparado para ello.

La destrucción resentida de los frutos del capitalismo es un error, que como ya comentaba en el post anterior de "Por qué Marx tenía razón", no era apoyado ni por el propio Marx. La solución de Shaw es parlamentaria, y sobre todo, educacional. El problema que se encontró la revolución rusa una vez que ganaron los proletarios, es que el pueblo no era socialista. Así que solo se pusieron a trabajar por los principios socialistas a punta de pistola. Esos errores son los que Shaw pretende evitar a los demás países que emprendan el camino del socialismo. Para ello debe haber una amplitud de miras, y un convencimiento profundo de la necesidad del socialismo. Aunque tampoco es necesario alarmar a la gente con retórica de grandes cambios, cuando en realidad todo se haría muy lentamente y de manera natural, como por ejemplo las nacionalizaciones, cuya práctica es tan asumida que el único escándalo que estalla es cuando se la califica de medida socialista.

En cambio, una serie de nacionalizaciones bien preparadas no solo pueden ser comprendidas y votadas por personas que mostrarían sorpresa si se las calificara de socialistas, [...] el cambio sería solo de amos, y están tan acostumbrados a estos cambios que ni siquiera se darían cuenta.

LA EMPRESA PRIVADA SUBSIDIADA

También de rabiosa actualidad resulta su opinión sobre el capitalismo interesado, que lejos de practicar la libre competencia que canta a los cuatro vientos, otorga ayudas a empresas privadas. Pero estas subvenciones solo son para que sean rentables, es decir, las ayuda para garantizar beneficios pero no para garantizar salarios, que se pueden bajar si el empresario lo considera necesario. Pero ayudar a una empresa privada tampoco es algo necesariamente anti-socialista siempre y cuando no se pierda de vista el fin último la nacionalización, para lo que primero es necesario hacer a la empresa fuerte y rentable. De lo contrario serían un lastre en manos públicas y habría que devolverlas a manos privadas.

SOCIALISMO Y LIBERTAD

Interesante cuestión que, sin embargo, es abordada con demasiadas generalidades, metáforas y digresiones a las que George Bernard Shaw nos tiene acostumbrados. Y es que compara al capitalismo con las drogas por el efecto de falsa felicidad, frente al socialismo que muestra la realidad tal como es, necesitada de trabajo y compromiso colectivo e igualitario. Pero motivado por su aversión al alcohol (también era vegetariano y animalista) termina hablando de las drogas y su tratamiento, dejando la metáfora que se diluya en párrafo tras párrafo, sin saber realmente que decir sobre el tema del socialismo y la libertad, salvo el hecho de que unos piensan que supondría la abolición de todas las leyes, y otros que supondría una excesiva regulación de todo (olvidando que ya tenemos excesivas y ridículas regulaciones de todo lo habido y por haber).

Se ríe de la tiranía homogeneizadora que supuestamente el socialismo traería:

Es divertido oírlos declarar, como hacen a menudo, que el socialismo sería insoportable porque les dictaría lo que tendrían que comer, beber y vestir sin dejarles opción en la cuestión, cuando en realidad se agazapan bajo una tiranía social que regula sus comidas, sus vestidos, su horario, su religión y sus ideas políticas [...].

Lo que si queda claro, es que con el socialismo aumentarían las leyes contra los ociosos, por quienes no siente ninguna simpatía como hemos visto al principio de este post:

[...]bajo el socialismo [...] El ocioso no solo será tratado como bribón y vagabundo, sino también como desfalcador de fondos nacionales, que es el ladrón más vil. La policía no tendrá dificultades en descubrir a estos delincuentes. Los denunciarán todos, porque los vagos que no participen aportando "su granito de arena" serán víctimas de los demás.
[...] En todo caso, como la ociosidad no sería solo un delito penal, sino algo poco propio de una dama y un caballero, nadie consideraría las leyes contra ella como una violación de la libertad natural.
TÉRMINOS CONFUSOS

Hay tantos -ismos en política, que ya ni se recuerda lo que significan, solo se usan para criticar al contrincante sin recordar su significado, o incluso cambiándolo.

[...] acusan a las personas que les caen mal de ser socialistas, bolcheviques, sindicalistas, anarquistas y comunistas por un lado, y capitalistas, imperialistas, fascistas, reaccionarias y burguesas por otro, sin que a ninguno de ellos tenga la menor idea del significado de esas palabras.

Shaw nos aclara que bolchevique no es más que un miembro de una mayoría parlamentaria, que el concepto de anarquista-comunista es una contradicción en sí mismo y que lo que denominamos comunistas son aquellos socialistas que apuestan por la vía revolucionaria. Resulta gracioso que Shaw nos arengue con los malos usos de los términos, cuando él mismo mezcla indistintamente socialismo y comunismo en diversas partes del libro.

A continuación Shaw se desentiende de estas armas verbales arrojadizas y nos expone claramente donde se sitúa él, o más bien donde deberíamos situarnos todos si nos queremos llamar socialistas de verdad.

El socialismo no quiere saber nada de esto. Insiste en que las industrias deben pertenecer a toda la comunidad y ser reguladas en interés del consumidor (o cliente), que tiene que comprar a precio de coste sin pagar un beneficio a nadie. Una tienda, por ejemplo, no debe pertenecer a las dependientas ni ser explotada por ellas para su beneficio, sino que debe ser dirigida en beneficio del cliente, y la garantía de la dependienta de que no será sacrificada  por los demás consumidores es que ella misma es clienta de otras tiendas y la propia consumidora es una trabajadora en otros establecimientos. Cuando la renta sea igual y todo el mundo sea al mismo tiempo productor y consumidor, puede confiarse en que productores y consumidores se traten razonablemente unos a otros por egoísmo, si no por un motivo más generoso, pero, hasta entonces, convertir a una industria en propiedad de los trabajadores sería simplemente reemplazar a los accionistas ociosos sociales existentes por accionistas trabajadores que sacarían beneficio a mucha mayor escala, ya que se apropiarían de la renta de sus locales y no pagarían contribuciones a una Hacienda central para beneficio de la nación, como ocurre ahora bajo el régimen parlamentario.
 VISITA A LA URSS

El libro incluye dos capítulos añadidos en 1937, uno sobre la URSS y otros sobre el fascismo. Sobre el fascismo, ya di suficientes explicaciones al principio de esta larga reseña. Y con respecto al régimen soviético, que visitó en 1931 dice que lo trataron "como si fuera Karl Marx en persona". Estaba literalmente encantado por los logros de la revolución, y pensaba que en la URSS se cantaban a los cuatro vientos los errores que se encontraban, y se rectificaban enérgicamente sin dilación porque tenían una motivación de mejora colectiva que no existía en el capitalismo. Todos sabemos que la falta de libertad para criticar el sistema soviético era una realidad, pero Shaw no pareció haberse percatado, lo cual le hace perder bastantes puntos como referente político-moral, aunque sus lecciones y ejemplos prácticos para explicar cómo funcionaba el mundo, incluyendo el proceso revolucionario ruso, siguen siendo bastante acertados. 

El mayor fallo que resalta de la URSS, ya mencionado anteriormente en su faceta anti-revolucionaria, es que se dedicaron a eliminar a los profesionales mejores cualificados, y pusieron al frente de las fábricas a personal inculto sin formación, bajo la creencia de que el pueblo o la miseria cualifica tanto moral como profesionalmente. Esto provocó mucha hambre, aunque se rectificó según Shaw, y no había ni "un solo niño hambriento ni desnutrido en las regiones plenamente sovietizadas de Rusia".

Puede que me equivoque, pero la construcción de la frase parece plenamente deliberada: "en las regiones plenamente sovietizadas de Rusia". Ucrania era una región que se resistía a la colectivización, y por ello sufrió la ira de Stalin en 1932, no solo con detenciones y ejecuciones de grandes granjeros propietarios, sino también con una hambruna que se llevó por delante a unos 5 millones de personas. Casi todos los expertos dicen que fue totalmente planificada, aunque uno de los mejores analistas de genocidios para mi, Daniel J. Goldhagen, nada sospechoso de ser prosoviético, decía en su libro "Peor que la guerra" que no estaba seguro de la intencionalidad. Sea como fuere, el caso es que en la época de Shaw sí que existía esa percepción de que la hambruna de Ucrania había sido intencionada, y Shaw se unió a esa comitiva de intelectuales de izquierdas que viajaba a Rusia, ya hechizados por la utopía soviética, a los que se les enseñaba lo que querían ver y eran escoltados para que no viesen lo que no querían ver.  Sin embargo, a menudo se resaltan los comentarios de Shaw publicados en este libro olvidando que datan de 1937, cuando su visita fue en 1931, antes de la hambruna ucraniana. Tiempo tuvo para sopesar si fue seducido por la propaganda soviética, pero en lo que se refiere a dicha hambruna, efectivamente no pudo verla porque todavía no había sucedido.

Como quiera que fuese, la falta de profesionales en la URSS tuvo que ser subsanada a través de la NEP (Nueva Política Económica), mediante la cual se permitió a los industriales privados que mantuvieran sus negocios. Esto se vió como un fracaso en Occidente. Pero aún había necesidad de personal cualificado y maquinaria para levantar el país. Sin embargo, ningún país estaba dispuesto a ayudar ni prestar dinero a quienes se configuraban como una amenaza (más bien al contrario, financiaron una oposición contrarevolucionaria que más tarde perdió militarmente, y comenta con sorna Shaw que se pudo ver al ejército soviético con ropas y armamento inglés, financiado con dinero público inglés, a pesar de que los británicos no quisieron mandar tropas a la nueva Rusia porque estaban cansados de tanta guerra). La URSS tuvo que importar a esos profesionales "belgas, alemanes, ingleses y, por encima de todo, norteamericanos" consiguiendo por fin que las fábricas funcionasen productivamente. Shaw no escatima burlas y críticas contra los revolucionarios que cometieron el error de quitarse de en medio a quienes después necesitaban:

Lenin comunicó públicamente a sus colegas que aunque sus principios revolucionarios eran loables, sus conocimientos sobre el comportamiento práctico de los negocios eran inferiores a los de un mozo de oficina capitalista. [...] La necesidad de trabajadores de oficina en las amplias extensiones de empresas estatales superaba en mucho el suministro proletario primitivo, por no mencionar el detalle deslumbrante de que Lenin, Trotky y sus colegas eran intelligentsia burguesa hasta la médula.[...] se esperaba de ellos que declararan ser hijos de padres que trabajaban la tierra con sus manos. En realidad, se proclamó que los padres de Lenin y Trotsky eran campesinos. Ya no hay necesidad de esta farsa [...]
Justo al final del capítulo sobre el régimen soviético, tras una narración elocuente de las aspiraciones, desencantos, miedos y atrocidades que produjo la revolución, Bernard Shaw se atreve con un difícil triple salto mortal: se atreve a defender que establecer diferentes rentas fue un paso necesario para conseguir un nivel de producción similar al del extinto capitalismo. Es cuando menos sorprendente, que después de argumentar por activa y por pasiva que la espina dorsal del libro es la igualdad de la renta, se atreva a sostener justo lo contrario, aunque solo sea como un paso transitorio hacia el socialismo.

Lo que necesitaba era el mecanismo capitalista de sueldos a destajo, con una gradación del trabajo en la que cada grado tuviera un sueldo más alto que el anterior, [...] como la necesidad de matemáticos y físicos, arquitectos e ingenieros [...] es inmediata y absoluta, debe fijar el nivel de distribución en una cifra que proporcione los refinamientos y la reclusión y distinción  relativas necesarias a estas personas, y después incitar a la producción hasta que todos puedan alcanzar este nivel.[...] Pero cuando finalmente se alcanza el nivel, deben emplearse todos los mecanismos de imposición de la renta, restricción de la herencia y cosas de este tipo, sin otro objetivo que el de mantener a toda la comunidad al mismo nivel para que puedan casarse entre ellos [...]
 A diferencia de sus flirteos con el fascismo, y a pesar de sus críticas a los soviets, Shaw se mantuvo consistente en su alabanza de Stalin y la nueva Rusia. Lo hizo a contra corriente en su país, y condenando a los antirevolucionarios en la propia URSS, como fue el caso de León Trotsky:

Solo queda apuntar que en 1928, Trotsky y Stalin discreparon sobre la cuestión de si Rusia tenía que asumir el liderazgo de todos los proletarios de Europa y por tanto vivir en condiciones de guerra revolucionaria permanente con todos los estado capitalistas (que era la visión de Trotsky), o concentrarse en lo suyo y establecer un socialismo ejemplar dentro de su territorio. "Socialismo en un solo país" fue el eslogan, tal como defendía Stalin. La victoria de Stalin, que significó el exilio de Trotsky, fue un triunfo del sentido común, y el neotrotskismo significa ahora una conspiración de antiestalinistas que no creen que el socialismo pueda mantenerse sin alianzas extranjeras y concesiones a los aliados capitalistas del este y del oeste.
PERORACIÓN Y CITAS FINALES
El libro termina con un capítulo titulado "peroración" en el que expone algunos temas e ideas que ya he comentado con anterioridad. Una de ellas es la respuesta que da aquellos que sienten desesperanza ante tanto sufrimiento humano: Shaw contesta que no tiene sentido, pues todo el sufrimiento del mundo es el que puede padecer una sola persona, el que lo sufran más personas, no hace que el sufrimiento aumente, es por así decirlo, netamente el mismo. Para mí no tiene mucho sentido. Pero creo que Shaw no pretende equipar situaciones, tan solo animar y desligarse del sentimentalismo ya que "encontrar el camino adecuado no es una labor sentimental: es una tarea científica que requiere observación, razonamiento y conciencia social."

Pero quizás el párrafo que más merezca la calificación de una peroración, ignorando otros miles que componen el libro, sea éste:

La fricción social originada por la desigualdad de la renta es intensa: [...] Varían de magnitud: desde el aplastamiento de un trabajador ferroviario en una vía muerta hasta una guerra mundial en la que millones de hombres que tienen las razones más sólidas para respetarse mutuamente se destruyen de la manera más cruel [...]. Y para desafiar esta condición miserable, gritamos una vez al año a favor de la paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres, es decir, entre las personas a las que hemos distribuido rentas que van desde el subsidio de hambre a varios miles de libras al día, exhortando piadosamente a los receptores para que se amen unos a otros. ¿Tiene usted paciencia con todo eso? Yo no.
Otra peroración digna de conocer, por su fina ironía, es la que encontré en Internet y en la que iguala a ladrones y accionistas.

“Me voy a referir a una clase moderna, la de los ladrones, y si hay algún ladrón presente le ruego que me perdone cuando le digo que no se trata de censurar su profesión…. No me olvido de la gran habilidad del ladrón, de su espíritu de empresa, de sus riesgos….. Tampoco me olvido de su valor para la Sociedad como patrono a gran escala, teniendo en cuenta los abogados criminalistas, policías, alguaciles, constructores de cárceles y hasta verdugos, que deben sus medios de vida a sus atrevidas Empresas…. Espero además, que si hay entre el público accionistas o terratenientes aceptaran mi palabra de que no deseo herirle en sus sentimientos, como tampoco he querido apenar a los ladrones, simplemente quiero indicar que los tres infligen a la Sociedad un mal de la misma naturaleza”.
Se puede concluir que George Bernard Shaw era un artista, no solo del teatro, sino también del debate. En su tiempo fue conocido por sus conferencias y disertaciones. En alguna ocasión compartió escenario con G.K. Chesterton, contrincante intelectual, pero amigo y contertulio habitual. Dicen los que pudieron presenciar estos debates que a la gente poco le importaba el fondo de las cuestiones debatidas, sino tan solo presenciar los fuegos artificiales de pura retórica, brillantez expositiva, y humor que ambas estrellas les ofrecían. Recomiendo esta estupenda reseña de un libro que recoge uno de estos debates titulado "¿Estamos de acuerdo?"

Termino mi análisis de este grueso libro con unas cuantas citas, que mejoran mil veces cualquier conclusión propia.

La primera es de Bertrand Russell (otro de esos clásicos que tengo pendientes), publicada en su libro "Retratos de Memoria y otros Ensayos". Para mí resume bastante bien la idea que me he formado de este dramaturgo y filósofo:

Podía defender cualquier idea, por estúpida que fuera, con tanta inteligencia que pareciesen locos los que no la aceptaran.[...]
La gran fuerza de Shaw estaba en la controversia. Shaw descubría infaliblemente todo lo que hubiese de inconsistente o de insincero en su contradictor, con gran regocijo de sus partidarios en la controversia. Al empezar la primera guerra mundial, publicó su El sentido común acerca de la guerra. Aunque no escribiese como pacifista, irritó a la mayoría de la gente patriótica, al rehusar su aquiescencia al hipócrita tono altamente moral del gobierno y sus seguidores. En este aspecto, su valor era inapreciable, hasta que fue víctima de la adulación del gobierno soviético y perdió, de repente, su capacidad crítica y su capacidad de descubrir la insinceridad, si lo criticable y lo insincero provenían de Moscú. Por excelente que fuera en la controversia, no era, ni mucho menos, tan bueno cuando se trataba de establecer sus propias opiniones, que eran algo caóticas hasta que, en sus últimos años, se adhirió al marxismo sistemático. Shaw tuvo muchas virtudes que merecen la mayor admiración. Carecía en absoluto de miedo. Expresaba sus opiniones con el mismo vigor cuando eran populares que cuando eran impopulares. Era un enemigo despiadado de los que no merecían ninguna piedad; pero, a veces, también, de las que no merecían ser sus víctimas. En resumen, se puede decir que hizo mucho bien y algún mal. Como iconoclasta, era admirable; pero como icono, lo era bastante menos.

Y las dos siguientes del propio Shaw. Es difícil elegir una cita de George Bernard Shaw. Un vistazo en Internet nos da una idea de lo brillante que era este polemista, y su ingente producción de citas que todavía se usan en la actualidad.

Hay una muy famosa que usaron en un documental sobre Ralph Nader, "Un hombre irrazonable", y que en mi opinión va como anillo al dedo. En su momento subtitulé el documental y por ahí debe andar en Internet. La cita dice así:

El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende del irrazonable. 
       "Hombre y Superhombre" (1903). Máximas para revolucionarios.

Otra menos pretenciosa, pero que te deja igualmente pensativo sería ésta:

La vida no cesa de ser divertida cuando la gente muere más de lo que cesa de ser seria cuando la gente ríe.


*******
ENLACES RELACIONADOS
Reseña de biografía "semi-autorizada"

5 comentarios:

  1. trabajo encomiable en este y otros resumenes. Gracias mil por tu trabajo!!!

    ResponderEliminar
  2. ¡Muchas gracias por publicarlo! Está excelente. ¿Habrá alguna versión en PDF de este libro? Gracias.

    ResponderEliminar