martes, 16 de enero de 2018

"HOMBRES BUENOS" de Arturo Pérez Reverte (2015)

Cuando la Enciclopedia se publicó en Francia, aquí en España todavía andábamos a años luz del espíritu de la Ilustración que se pavoneaba por los Campos Elíseos. Mirábamos a los gabachos con una mezcla de envidia y temor. El punto de partida de esta novela es una reunión de la Real Academia Española, en la que se le encarga a dos de sus miembros que viajen a París para conseguir un ejemplar de la auténtica Enciclopedia que enriquezca la librería de la real institución: Hermógenes Molina, bibliotecario de la Academia, y Pedro Zarate, militar retirado y el alma noble de la novela.


Arturo Pérez Reverte usa una fórmula narrativa típica de la época de sus personajes, un narrador ficticio del estilo de El Quijote, Frankestein o Robinson Crusoe. Reverte juega como esos clásicos a mezclar realidad y ficción con la intención de que el lector curioso se sienta algo perdido, subyugado quizás por la vorágine y extrañeza de un mundo ajeno. Él va insertando aquí y allá algunas reflexiones de cómo se le ha ido ocurriendo e investigando cada parte de la novela: localizaciones, personajes, ideas... Al mezclar sus visitas a Francia, con calles, mapas y archivos varios induce al lector a pensar que las personas que describe fueron reales, cuando no es así (no en los personajes principales, que a lo sumo están inspirados en figuras históricas reales, pero que nunca existieron con esos nombres y esas hazañas). Personalmente me di cuenta porque me puse a husmear en Internet, y lejos de sentirme engañado empecé a deleitarme con el juego de Reverte. Es como si aceptar la inspiración histórica al tiempo que la imaginación novelesca, consiguiera sumergirme en la inmensidad de lo que fueron tantos años y vidas de épocas lejanas: pudo ser o no, fue con esos nombres u otros, pero el regusto a época de cambio queda en el paladar. Precisamente porque no es historia real al 100%, ni tampoco pura invención, sino una mezcla, como lo tuvieron que ser las epopeyas de hombres buenos, de diferente signo, que vivieron en el siglo XVIII y que con enciclopedia de por medio o no tuvieron que lidiar con la resistencia al progreso, contra sus conspiraciones y poderes conservadores.

"Pero había bandos, claro. En España los hubo, entonces y siempre. Y en aquel tiempo, divergencias que más tarde se revelarían terribles para nuestra historia se perfilaban ya con cierta nitidez: un grupo animado de confianza, de generoso ardor, con fe en el progreso y la educación. convencido de que para hacer a los pueblos felices era preciso ilustrarlos... Otro, petrificado en su ignorancia deliberada, en su indiferencia hacia la modernidad y las luces, instalado en el odio a lo nuevo. Y por supuesto, todos los indecisos y oportunistas que, según las circunstancias, se agrupaban en torno a la gente honesta de uno y otro bando..."

Un libro recomendable de aventuras, pero donde no se narra la búsqueda de un tesoro sino de un libro, con todo lo que ello conlleva (28 volúmenes en realidad). La importancia de unos ideales ilustrados, de la defensa de la razón frente al oscurantismo religioso. Quizás una dicotomía algo repetitiva en los dos principales personajes: Molina algo beato y Zarate un incansable crítico de Iglesia para escándalo de su compañero de viaje.

Muchas son las conversaciones que tienen lugar en el camino a París, sobre los toros, los duelos, la cortesía británica, las formas de gobierno, etc... Algunos de estos debates tienen lugar en un salón de intelectuales que reúne a un tiempo a Condorcet, D´Alembert y Benjamin Franklin, para deleite de los dos enviados españoles, que se postran ante la grandeza de tales tallas del pensamiento.

Hay una historia de amor que enriquece lo que parece destinado a ser una sobredosis de testosterona literaria, y ciertamente la única mujer con suficiente entidad como personaje tiene un nivel de refinamiento y profundidad mayor que los dos viajantes españoles, pero quizás no sea por ser mujer sino por ser francesa, y en todo caso, bastante secundaria.

Otros personajes como Marat, o Abate Bringas nos van apuntando al carácter de la inminente Revolución Francesa, pero todo desprovisto de cualquier virtud, como si aquella revolución solamente hubiese estado inspirada por envidias, mezquindades y brutalidad por doquier de las masas enardecidas. Una perspectiva muy acorde con la poca esperanza que Reverte le asigna al género humano.

Sin embargo, a pesar de tanta ruindad, algunos párrafos plasman verdadera nobleza. No solo formalmente son bellísimos, sino que lo que cuentan es algo loable. Hay un momento en particular,[aviso de SPOILER] al final de un duelo provocado por una estúpida afrenta de la que ninguno de los contendientes quiere bajarse del burro, en el que los que están dispuestos a matarse, los que se odian aunque solo sea por unos minutos, se miran a los ojos cuando uno cae herido, y el ganador pide perdón. No se sabe si como acto de respeto por el perdedor, o como reconocimiento de la estupidez de haberse batido en duelo. En mi opinión esa escena retrata una rápida catarsis del personaje que pasa del orgullo de sus certezas a la madurez de saberse falible e insignificante. Es como si interiorizase la muerte de una época y el nacimiento de otra. Muere la época de las certezas y la irracionalidad, y nace la de la madurez de cuestionarse a sí mismo en un mundo en el que te puedes pasar de la raya. Muere la fuerza de la razón y nace la razón de la fuerza, o al menos, de la empatía. 

Al menos en teoría, porque después de la Ilustración siguió habiendo guerras, hambre e injusticias... un camino de rosas, espinosas sin duda, pero que viene a sustituir a otro camino de cactus mucho peores.



No hay comentarios:

Publicar un comentario